




4. En la oscuridad
La tenue luz de la luna se filtraba en el salón a través de las grandes ventanas rotas, alejando la oscuridad devoradora. El techo y las paredes estaban llenos de antiguas pinturas de criaturas mitológicas. La gran sala era parte de una finca que había sido abandonada hace mucho tiempo. En el centro se erguía una figura grande y siniestra. Sus rasgos apenas eran visibles bajo la tenue luz, pero sus orbes rojos rubí brillantes podían verse desde millas de distancia.
A su alrededor se encontraban hombres musculosos similares, mirándolo.
—Estamos luchando una batalla perdida. Deberíamos rendirnos y huir para salvar nuestras vidas —gritó uno de ellos desafiante entre la multitud.
—Ellos son más fuertes... mucho más fuertes que nosotros —dijo otra voz temblorosa.
—Ya han matado a muchos de nosotros.
Pronto toda la sala se llenó de murmullos de hombres roncos. El hombre levantó los labios para soltar un gruñido de ira, su rugido fue tan fuerte que todas las demás voces en la sala se apagaron.
—Cobardes... una palabra más de cualquiera de ustedes y le arrancaré la garganta —dijo mirando alrededor de la sala, con la ira filtrándose en su tono—. Tenemos que hacerlo para protegernos. ¿Quieren que nos extingamos? —continuó. Sonó más como una amenaza que como una pregunta.
—Continuaremos con lo que estamos haciendo. Aumentar nuestros números es la única ventaja que podemos obtener sobre ellos. —Ninguna voz se alzó contra él—. Y si alguno de ustedes tiene un problema con lo que digo, puede hablar ahora mismo. —Miró alrededor con desprecio, como desafiando a cualquiera a pronunciar una sola palabra.
Se alejó y todos se apartaron para dejarle paso. Todos estaban enfurecidos con su líder, pero ninguno se atrevió a rebelarse contra él. Caminó entre ellos, sintiendo su ira en oleadas, pero no le dio ni un solo pensamiento.
Sabía que estaban luchando una batalla perdida, pero se negaba a rendirse, iba en contra de su naturaleza. También sabía que, incluso si retrocedían, todos serían destrozados. Su enemigo era feroz y despiadado, no tenía intención de negociar y estaba empeñado en una sola cosa: destruir su raza. Tenía miedo, mucho miedo de ellos, pero nunca dejó que un solo músculo de su rostro lo revelara.
Estaba llegando. Su enemigo venía por ellos.