




1. Prólogo
Las densas copas de los árboles impedían que la luz de la luna llegara al suelo. La luna en el cielo, junto con los altos árboles, añadía una belleza mística al bosque. Era una fría noche de diciembre. Y allí estaban dos grandes lobos renegados en todo su esplendor, con un brillo inteligente en sus ojos. Sus rostros mostraban que no eran simples animales tontos, sino seres sensatos, y su tamaño dejaba claro que no eran lobos ordinarios, ya que, estando en sus cuatro patas, eran un pie más altos que un humano promedio.
Uno de ellos tenía pelaje gris con algunas manchas de gris oscuro. Su gris casi brillaba blanco bajo la luz de la luna. El otro tenía un pelaje completamente negro, sirviendo como camuflaje en la oscura noche. Sus ojos parpadeaban dorados. La bestia gris olfateaba como un sabueso policial tratando de captar el olor de algún fugitivo. La frustración era evidente en sus ojos. El negro permanecía en su lugar en una posición de ataque, listo para abalanzarse sobre cualquier ser que se acercara.
De repente, un sonido de hojas crujientes vino de la distancia, captando la atención de ambos caninos. La oscuridad envolvente no parecía alterar su visión. Vieron un gran ser huyendo. No era ni humano ni animal, sino una bestia gigante que se mantenía solo en dos patas. Se escuchó otro sonido, esta vez el chasquido de una delgada pieza de madera.
Los lobos ya estaban tras el ser mitad hombre, mitad animal. Sus gruñidos mostraban su ira y emoción por la persecución. Eran rápidos, pero la criatura era más rápida. El golpeteo de sus patas chocaba con el silencio inquietante de la noche. Su velocidad era tan alta que no podían ser captados por los ojos humanos normales.
La criatura finalmente se detuvo. Sus rasgos ahora eran visibles. Sus ojos brillaban rojos como rubíes. Su cuerpo estaba cubierto de pelos (o pelaje) negro-azulados, con cicatrices. Eran parches horribles donde nunca crecería pelo. Su rostro mostraba rasgos humanos, pero claramente no lo era. Era una mezcla de cabeza de humano y lobo, que encajaba perfectamente con su cuerpo demoníaco. Su gran cuerpo se erguía alto. Dos grandes colmillos caían desde el interior de su labio superior. Una hebra de saliva era visible cuando abrió la boca. Los ojos rojos de la criatura brillaban como si se riera de la estupidez de los dos sabuesos.
Tan pronto como el lobo negro se posicionó para atacar, se escucharon sonidos de gruñidos. Los dos lobos miraron a su alrededor con confusión. Pero pronto su desconcierto se convirtió en horror.
Más ojos rojos como rubíes flotaban a su alrededor, mirando a sus dos presas asustadas.