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SEGUNDA PARTE: CAPÍTULO TREINTA Y UNO

Con toda su fuerza, Zaramanni intentó arrancarse la camisa.

Si necesitaba quedarse desnuda para liberarse del abrazo asesino, lo haría. No le importaba.

Pero, mientras sus nalgas se sentían más calientes al ser arrastrada involuntariamente sobre el azulejo, la bata de la camisa se negaba a rompers...