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Jillian: La desafortunada diferencia entre coraje y estupidez

—¡Así que te tocó los pechos! ¡No fue nada! ¿Por qué te estás volviendo loca? —se preguntó en voz alta, golpeándose las sienes con los talones de las manos como si pudiera vencer el recuerdo de ese armario a la fuerza.

Jillian corrió lo que debían ser unos trece kilómetros de vuelta al pueblo. Pens...