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Capítulo sesenta y uno

El olor de la sangre de Izabella era embriagador. Cada fibra de su cuerpo cobraba vida mientras succionaba su labio. Ella se retorcía debajo de él, gimiendo, mientras él presionaba sus caderas entre sus piernas. La necesitaba. La deseaba con todo su ser. Apartando sus bragas, sus labios recorrieron ...