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Oigo cómo empiezo a gemir de nuevo y me muerdo el labio para detenerme. No lo haré.

—Ya te lo dije, Isabel —dice, apretando mi pecho. Su pulgar roza la piel por encima de la tela de mi sujetador, y no puedo evitarlo. Arqueo la espalda, presionándome contra él. Sus dedos están tan cerca de deslizars...