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—Mis ojos están aquí arriba, cariño —bromeo.

—Ni siquiera estoy mirando a otro lado —protesta ella, sonrojándose—. Y deberías... ponerte una camisa o algo. ¿Por qué abres la puerta así, de todos modos?

—Bueno, si hubiera sabido que eras tú, habría abierto sin pantalones —le digo.

—Eso solo habría...