




2
Ha sido un dÃa brillante y soleado, perfecto para trabajar en el jardÃn y cuidar de las plantas especiales en el invernadero.
Elle estaba en su elemento al quedarse en casa mientras su madrastra y hermanastras estaban en la ciudad. En su ausencia, podÃa dedicarse a la jardinerÃa. Las malas hierbas habÃan estado invadiendo los últimos dÃas, y las plantas en el invernadero estaban caÃdas y necesitaban atención.
La jardinerÃa solÃa ser la forma en que su familia pasaba tiempo junta. Su madre era florista antes de fallecer, y Elle heredó su habilidad con las plantas y su amor por el aire libre. Cuidar del jardÃn era la única manera que Elle conocÃa para sentirse más cerca de su madre.
Cuando Lady Octavia se mudó con sus hijas, todo cambió. La casa necesitaba ser repintada, cada habitación de un color diferente. Las obras de arte en las paredes tuvieron que irse, reemplazadas por las piezas abstractas que la nueva señora de la casa trajo consigo. Y finalmente, todos sus muebles viejos tuvieron que irse para hacer espacio para los lujosos muebles que tanto adoraba Lady Octavia.
Afortunadamente, para Elle, ni Lady Octavia ni sus hijas eran aficionadas al aire libre, y el jardÃn seguÃa siendo suyo.
Es a través de su amor por este jardÃn que descubrió las propiedades curativas de las hierbas y plantas. Un dÃa, se irÃa y abrirÃa su propia botica. VenderÃa su propia medicina y pociones, y si su madrastra y hermanastras alguna vez compraran de ella, les venderÃa veneno en secreto y esperarÃa lo mejor.
El pensamiento le saca una sonrisa mientras tiene las manos llenas de tierra, buscando las batatas. Su frente brilla con sudor bajo el sol del mediodÃa, su cara está manchada de tierra, y sus huesos duelen por estar sentada en el suelo tanto tiempo.
Su búsqueda de batatas llega a su fin cuando un profundo y rasposo tok-tok suena a su espalda. Gira en su posición en el suelo para encontrar un cuervo posado en la cerca de madera que separa el jardÃn del bosque.
—Justo a tiempo —piensa Elle en voz alta y se acerca al pájaro. Metiendo la mano en su bolsillo, saca un huevo de codorniz y se lo ofrece al cuervo—. Este es nuestro pequeño secreto, ¿de acuerdo? Si la madrastra se entera, me hará cocinarte para la cena y luego me matará a mÃ.
El cuervo devora el pequeño huevo y hace un tok-tok de satisfacción.
—Intentaré traerte un poco de pato sobrante mañana —promete, al escuchar el sonido de un carruaje acercándose—. Esa es mi señal. Vuela a casa ahora.
A su orden, el cuervo extiende sus alas y vuela hacia el bosque.
Por un momento, Elle se pregunta dónde vive; ¿tendrá un nido en algún lugar? ¿Tendrá una pequeña familia de cuervos a la que regresa todos los dÃas? Debe ser agradable tener alas para volar a donde y cuando quiera.
Y entonces escucha la puerta delantera chirriar al abrirse y cerrarse de golpe, tres veces, por cada mujer que pasó. Limpiándose las manos sucias en su sencillo vestido gris, Elle se apresura alrededor de la casa para saludarlas, tal como Lady Octavia le habÃa instruido.
Deteniéndose al pie del porche, se endereza y baja la cabeza cuando Lady Octavia se acerca.
—Hola, madrastra. ¿Disfrutaste tu dÃa en la ciudad?
—Discutible —se burla Lady Octavia, dejando caer sus paquetes en los brazos de Elle—. Ordena esto en mi armario, y espero una taza de té en el salón en cinco minutos. Tenemos asuntos que discutir.
—SÃ, madrastra. —Una vez que Lady Octavia desaparece en la casa, Elle saluda a sus hijas de la misma manera.
—Hola, Igraine y Lucinda. ¿Disfrutaron su dÃa en...
—Ahora no, Elle —la interrumpe Igraine y se apresura tras su madre—. ¿Puliste mis zapatos blancos?
—SÃ, y también...
—No me importa. —Con eso, también desaparece en la casa con Lucinda pisándole los talones.
Elle se apresura a la cocina para hervir agua. Tiene curiosidad por saber qué asuntos quiere discutir la mujer. Probablemente sea algo que hizo mal. Por lo general, se sale con un pequeño castigo, como no comer por una noche. Después de haber experimentado todos los castigos posibles, Elle cree que nada puede asustarla ya.
Una vez que la tetera está hirviendo, añade algunas hierbas a una tetera antes de verter el agua. Añadiendo un cuenco de terrones de azúcar y tres tazas a una bandeja, se dirige al salón, donde su madrastra y hermanastras la esperan.
Igraine está admirando su nuevo par de pendientes de perlas en un espejo, mientras Lucinda intenta cantar y tocar el pianoforte al mismo tiempo, pero su multitarea es casi tan mala como su canto.
Coloca la bandeja y comienza a servir el té de todos tal como les gusta. Dos terrones de azúcar para Lady Octavia, sin leche. Tres terrones de azúcar para Igraine, con leche. Un terrón de azúcar para Lucinda, ya que está cuidando su figura, sin leche, porque le molesta el estómago.
Cuando termina de repartir las tazas, permanece de pie con las manos cruzadas detrás de la espalda, la barbilla baja, lista para una reprimenda.
Durante mucho tiempo, Lady Octavia no dice nada. Elle se pregunta si siquiera sabe que está presente, pero no se atreve a levantar la cabeza para mirar. Eso le valdrÃa una bofetada en la mejilla; aprendió eso en su primer año sirviendo a la señora de la casa.
Por fin, Lady Octavia dice:
—Igraine, el vestido.
Robando una mirada, Elle queda atónita cuando ve a la hermana mayor entregando un vestido carmesà a su madre. Rápidamente desvÃa la mirada cuando la señora de la casa se levanta... y sostiene el vestido contra su cuerpo.
Lady Octavia murmura en contemplación y dice:
—Este es el tamaño más pequeño que tenÃan, pero no puedo decir si me quedará bien.
Elle está atónita.
—Perdóname, madrastra, pero ¿por qué importa que el vestido me quede bien? Seguramente deberÃa pertenecer a Lucinda.
Lucinda toca una nota falsa en el pianoforte y deja de cantar.
El silencio llena la habitación.
Y entonces Lady Octavia dice:
—Siéntate, Elle. —Obedeciendo órdenes, Elle se sienta en la silla más cercana—. MÃrame. —Ella encuentra la mirada de la mujer mayor. Lady Octavia se burla—. ¡Por el amor de Dios, mira tu cara! ¿Qué te dije sobre entrar a la casa luciendo asÃ?
—Lo siento, madrastra.
—Me ocuparé de tu castigo más tarde —dice, rodando los ojos y arrojando el vestido sobre la mesa—. El Baile Centurial es este viernes.
Algo en el estómago de Elle se revuelve. ¿Ya es esa época? Pensó que no serÃa hasta dentro de cinco años, cuando sea demasiado mayor para ir. Pero seguramente no tiene nada de qué preocuparse. Solo se espera que las damas nobles asistan al baile, no las sirvientas como ella.
—Y como sabes —continúa Lady Octavia—, debo enviar a una de mis hijas a asistir. Debe vestir de rojo carmesà como decretó el Primer Rey y debe tener entre dieciocho y veintidós años.
Se pregunta quién, entre Igraine y Lucinda, asistirá al baile. Probablemente Lucinda, considerando el tamaño del vestido. Nunca le quedará a Igraine con el tamaño de sus muslos.
—Tú, Elle, acabas de cumplir diecinueve, igual que Lucinda —dice Lady Octavia mientras un destello malvado llega a sus ojos—. Y por eso, te enviaré a ti para representar el nombre Clandestine en el Baile Centurial.
La expresión pasiva de Elle lentamente se transforma en una de horror. Por un momento, pensó que habÃa olvidado cómo hablar, pero logró balbucear:
—¿Y-yo?
—¿Ves a otra Elle en esta habitación? —dice la mujer mayor sin parpadear.
—Pero... no soy una dama noble. Y... y... mÃrame, soy...
—Triste de ver, sà —Lady Octavia asiente con la cabeza—. Lo cual es exactamente por lo que te envÃo. El rey buscará una mujer en condiciones de darle un hijo, una mujer con caderas anchas, un cutis saludable y una estatura fuerte. Tú no eres ninguna de esas cosas. Te pasará por alto como lo hace con una campesina.
Al decir esas palabras, Elle se dio cuenta de que esto no se trata de que la elijan o no; se trata de que Lady Octavia está engañando las leyes de este reino para salvarse de arriesgar perder a una hija que puede asegurarle algo de riqueza mediante el matrimonio. Si una de las hermanas es elegida, significa una menos para casar con algún duque o lord rico para que Lady Octavia disfrute de su lujoso estilo de vida. Y esto enfurece a Elle más que la forma en que la tratan.
Levantándose de la silla, aprieta los puños y dice:
—No voy a ir al baile.
Lady Octavia da un paso peligroso hacia ella.
—¿Te atreves a contestarme, niña insolente? —Igraine sonrÃe maliciosamente cuando la ira de su madre se dirige a Elle—. ¿Debo recordarte que te poseo, al igual que poseo esta casa y todo lo que viene con ella?
—No puedes hacer esto —dice Elle, defendiendo lo poco que le queda de su estancia en la casa.
—¿O qué?
—O... le diré al rey lo que hiciste. —Levanta la barbilla y mira a su madrastra a los ojos desafiantemente—. Le diré al rey que no soy tu verdadera hija, que no soy de ascendencia noble.
Los ojos de Lady Octavia destellan de rabia.
—¡No harás nada de eso!
Esta vez, es el turno de Elle de decir:
—¿O qué? ¿Me castigarás? ¡Nada es peor que lo que ya he soportado! Déjame sin comer; déjame dormir afuera mientras nieva, pero no voy a ir al baile.
Lady Octavia ya habÃa flexionado su mano para darle una bofetada en la cara a la chica... pero se detuvo. Otra idea acaba de venirle a la mente, una que podrÃa convencer a Elle de asistir al baile. Todo lo que está a punto de decirle es una mentira, pero todo es por el bien mayor: mantener a sus propias hijas fuera de las garras del rey vampiro.
—No me dejaste terminar, Elle —dice la mujer mayor con calma—. Como siempre, nunca escuchas. QuerÃa añadir que si asistes a este baile y no eres elegida, te daré tu herencia y serás libre de irte.
—¿Herencia? —Elle parpadea con sospecha—. ¿Qué herencia?
—¿No pensaste que tu padre te dejarÃa sin nada, verdad? Hay algo de dinero ahorrado para ti para cuando decidas dejar el nido algún dÃa.
Su padre le dejó dinero. Quiere burlarse de la ironÃa de que esto salga a la luz ahora. Deja que Lady Octavia mantenga esa información en secreto, cualquier cosa para mantenerla aquà como una esclava común. Sin embargo, una chispa de esperanza se enciende dentro de ella. Tiene una herencia; no está segura de cuánto, pero con suerte lo suficiente para llevarla lejos de aquÃ, donde pueda comenzar una nueva vida.
Con esto en mente, considera nuevamente las palabras de Lady Octavia. Es cierto, el rey buscará a alguien saludable para llevar y dar a luz a un hijo. Ella es exactamente lo opuesto a eso. Es frágil, sus mejillas están hundidas, su cabello apagado, y no está ni cerca de los estándares para tener hijos. No hay manera de que el rey siquiera la considere.
Por mucho que eso deberÃa consolarla, también la llena de dudas.
—El rey verá a través de mÃ. Verá el polvo en mi cabello y olerá el jabón de limpieza en mi piel. Lo sabrá.
—Yo me encargaré de eso —dice Lady Octavia—. ¿Eso significa que tenemos un trato?
—¿Yo asistiendo al baile a cambio de mi libertad? —repite Elle lo que dijo la mujer mayor, quien asiente en respuesta. Inhalando lentamente, traga su miedo y se aferra a la esperanza de deshacerse de estas personas pronto. No más fregar pisos, no más castigos, no más noches yéndose a la cama sin comida. Será libre al fin—. Tenemos un trato.