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XLV. Pequeña cosa hermosa

Eksel cerró la puerta de la casa comunal, asegurándose de que nadie los siguiera. Al girarse para enfrentar a Elva, notó sus mejillas enrojecidas y su pecho agitado. Ella miraba alrededor del espacio, con los ojos abiertos de anticipación y los dedos entrelazados con nerviosismo.

Eksel inclinó la c...