




Capítulo diez
(Lucian's POV)
—¿Tiempo para qué? —respondí.
Su colonia llegó a mis fosas nasales y suspiré suavemente, inhalándola en secreto y deleitándome con el aroma.
Se detuvo frente a mí y levantó mi cabeza con un dedo ligero y, por primera vez, sentí un rayo de electricidad recorrer mis brazos. Estaba sintiendo algo especial, pero no podía mover ni un centímetro. Era casi como si estuviera hipnotizado mirando sus profundos ojos verdes.
—Tiempo de conseguir lo que quiero —dijo, mientras sus ojos se dirigían hacia el reloj en mi habitación. Me sorprendió un poco su reticencia a acostarse conmigo. Era casi como si estuviera haciendo un esfuerzo por conversar conmigo.
Como buen juez de carácter, deduje que hablar conmigo le estaba pasando factura y que iba a estallar muy pronto.
Me sentí impulsado a hablar más solo para ver cómo reaccionaría, sería bueno verlo tal vez enojarse o algo así.
Toqué sus hombros y deslicé mis manos seductoramente por su pecho, pero esta vez, afortunadamente, no me apartó y le sonreí. Todo hombre tenía un punto débil, sabía que era hábil en la seducción si me lo proponía.
Me acerqué más a él y miré sus hermosos ojos. Podían hacer que cualquiera se desmayara. Si tuviera esos ojos, estaba seguro de que tendría clientes colgando de mi brazo y tropezando entre ellos solo para obtener un pedazo de mí, lo cual no estaba seguro de querer compartir con nadie a menos que lo considerara digno. —Entonces, ¿qué decías? —bromeé.
Sus ojos se movieron detrás de mí y seguí su mirada. Se detuvo en el reloj, eran casi las dos de la mañana. ¿Por qué estaba actuando de esta manera?
—¿Puedes callarte un segundo? —respondió y me enfadé, solo estaba tratando de manejar la basura que él estaba tratando de arrojarme.
—Lo siento si te ofendí —dije y él asintió en mi dirección por un minuto. ¡Qué imbécil!
—¿En serio?
Miré hacia arriba, —¿Hmm?
—Piensas que soy un imbécil.
Parpadeé y recordé inmediatamente mis modales. No era apropiado decir esto a mi comprador. ¿Y si me daba de comer a los perros? Este hombre me estaba estresando muchísimo. No estaría en este estado de dilema si él hubiera hecho lo que me trajo aquí para hacer. ¡Acostarse conmigo! Nunca había imaginado que llegaría un día en que estaría rogando a un hombre que tuviera sexo conmigo.
Ese era mi trabajo, no quería pasar la mayor parte de la noche pensando cuáles eran sus motivos. —De ninguna manera voy a acostarme contigo.
Lo miré con furia, pero luego sonreí para ocultar la ira ardiente en mi mente. ¿Qué me importaba él en primer lugar? —Oh, ¿te doy asco? ¿No me veo lo suficientemente presentable? —Giré para que viera lo que se estaba perdiendo.
¿No era raro que no me mirara? Simplemente se quedó mirando como si fuera una estatua la que le estaba hablando y me sentí genuinamente ofendida. Era una mujer atractiva, si me lo permitía decir, entonces, ¿por qué actuaba como si fuera basura?
Si sabía que no me quería, ¿por qué me compró entonces?
—Entonces, dime, si no me quieres, ¿qué quieres de mí?
—¿Eso es todo lo que vales, sexo? —respondió y mi cabeza giró de ira.
—¿Qué?
—¿Es eso lo único en lo que piensas? No puedo culparte, solo eres una stripper —respondió con un tono irritante.
—¿Vas a negar que no me encuentras atractiva?
Sus pupilas giraron y parpadeé en shock. Esto era alucinante, nunca había visto algo así. —No te quiero para fines sexuales —susurró.
Mi boca se secó y mi lengua salió instintivamente para humedecerla.
—¿Oh? ¿Qué quieres entonces? —pregunté y él sonrió, mostrando unos hoyuelos que no había visto en los últimos días.
Mis ojos estaban un poco nublados mientras lo miraba. Parpadeé para deshacerme de la extraña sensación. —Quiero tu sangre.
—¿Mi qué?
—Verás, quiero algo más que sexo. No significa nada para mí, por eso te compré —dijo y mis ojos se abrieron, retrocedí mientras lo miraba con horror. Había algo que casi me hizo perder la cabeza. ¿Qué demonios?
—¿M-mi sangre? —repetí, esperando no haber oído lo que dijo. —¿Quieres mi sangre?
—Sí, la quiero. Por eso te compré.
Di dos pasos hacia atrás y mis piernas casi golpearon la cama, mis piernas flaquearon pero me sostuve. —No estás bromeando —respondí.
No sabía qué estaba pasando, —No puedes tomar mi sangre. No puedo aceptar eso. ¿Por qué querrías mi sangre? —exigí.
—Puedo.
—Oh, Dios mío. ¿Estás bromeando ahora mismo? —respondí.
Él se acercó a mí y traté de zafarme de su agarre sin éxito. —¿Qué demonios te pasa?
—De ninguna manera voy a permitir que chupes mi sangre porque...
Él agarró mi mano firmemente y me miró a los ojos. —No tienes opción —respondió. Sus ojos se clavaron en los míos y me sentí un poco mareada. ¿Qué estaba pasando? Me pregunté.
—¿Qué me estás haciendo? —exigí, sus ojos giraban y se veían atractivos, como una sirena atrayéndome y haciendo que mi cabeza diera vueltas. Quiero decir, ¿por qué estaría siquiera pensando en eso?
—Lo que debería haber hecho desde el principio —susurró y me desmayé cuando sus colmillos se hundieron en mi cuello.