




Capítulo 7
Es más seguro de esta manera. Tengo que recordarlo. Es mejor si me odia porque entonces no se lanzará sobre mí como lo hizo esa noche. ¿Cuántas veces me masturbo recordando su cuerpo perfecto tan cerca del mío? Justo ahí, al alcance de la mano. Todo lo que tengo que hacer es extender la mano y tomarla, y eso sería el fin. No habría manera de detenerme una vez que la tenga. Una vez que sepa cómo se siente bajo mis manos.
En cambio, paso mis noches obsesionado con ella, fantaseando sobre lo que podría haber pasado si no fuera tan fuerte.
—¿Tienes todas tus clases programadas?
Ella levanta la vista de su teléfono. —¿Por qué te importa?
¿Es esto lo que me espera en los próximos meses? —Me importa porque me afecta. Si no tienes todo en orden, tu padre encontrará la manera de hacer que sea mi culpa.
—No tiene nada que ver contigo.
—Tampoco tenía nada que ver conmigo el día que decidiste hacerte un piercing en el tabique nasal. —Ni que decir tiene que se quita el anillo de la nariz y nunca se lo vuelve a poner.
Ella se estremece al recordar, y solo puedo imaginar que recuerda cómo su padre gritó hasta derrumbar las paredes. Ambos lo escuchamos ese día. —Me aseguré de que supiera que fue mi culpa. No me culpes por eso.
—Aun así, tengo que escucharlo. No creo que haya relajado mi trasero en una semana después de eso.
Puedo notar que no quiere reírse, pero lo hace de todos modos. —Todo está programado. No es como si tuviera algo que ver con eso.
No debería seguir hablando de esto, pero no puedo evitarlo, no cuando escucho una nota de decepción en su voz. —De verdad no sabías que él estaba arreglando para que fueras a Blackthorn, ¿eh?
Ella mantiene los ojos en el teléfono. —No importa.
—Entonces, ¿realmente no te importa que no tuvieras voz en dónde irías a la escuela?
Su cabeza se levanta justo a tiempo para que la vea en el espejo antes de volver mi atención a la carretera.
—¿Qué estás tratando de hacer?
—¿Eh?
—Me escuchaste. ¿Estás tratando de hacerme miserable? Guarda tu aliento, ¿vale? Sé lo afortunada que soy. No necesitas recordármelo.
—Eso no es lo que estoy tratando de hacer.
—Claro. Porque nunca me has restregado en la cara lo afortunada que soy. Cómo no tengo derecho a quejarme de nada en mi vida.
Tiene buena memoria. Le concedo eso. Le he dado mucha mierda en el pasado cuando se comporta como una mocosa, actuando como si fuera tan doloroso e inconveniente tener a alguien completamente dedicado a asegurarse de que esté a salvo. —No estoy tratando de restregártelo, tampoco. Y sí me afecta, ya que te estaré siguiendo por todas partes. Demándame por querer saber si voy a escuchar algo interesante.
Sus labios se mueven un poco, como si tratara de no sonreír. —Es todo bastante básico, introducción a esto y aquello.
—Solo mientras no esperes que haga tu trabajo de clase por ti.
Finalmente deja su teléfono. —¿En serio vas a venir a mis clases conmigo? ¿No es suficiente con sentarte fuera del aula?
—Yo no hago las reglas. Solo las sigo.
—Pero eso es embarazoso. ¿No es embarazoso para ti?
No sé si está tratando deliberadamente de molestarme o si realmente está preguntando porque quiere saber. —¿Por qué estaría avergonzado? —gruño finalmente, deseando que el tráfico se despeje para poder moverme más rápido de nuevo. Al menos entonces, podría tener una razón para ignorarla.
—Quiero decir, ¿tener que sentarte en las clases conmigo? ¿Todo porque alguien te lo dijo?
—Es mi trabajo. ¿Le preguntarías a un profesor si está avergonzado porque tiene que pararse frente a la clase y enseñarte cosas? Es lo que le pagan por hacer. Lo mismo para mí.
La miro en el espejo. —Además, hay muchos chicos ricos en esta escuela. Estoy seguro de que no serás la única, y aunque lo fueras, estarán acostumbrados a ver guardaespaldas por ahí. Solo te parece raro porque no estás acostumbrada todavía.
—¿Se supone que eso es un insulto?
—¿Por qué estás tan empeñada en tomar todo lo que digo como un insulto? No, lo dije porque es la verdad. No creciste como estos chicos, así que solo te parece extraño a ti. ¿Qué tiene de malo eso?
Ella cruza los brazos, mirando por la ventana. —Lo hiciste sonar como un insulto. Como si me menospreciaras.
—Confía en mí. Si te menosprecio, no tiene nada que ver con la forma en que creciste.
—Entonces sí me menosprecias.
—Jesucristo, Mia. ¿Podemos no hacerlo? —pregunto entre dientes. —Me estás dando un maldito dolor de cabeza.
—Lo que sea. —Resopla y gira la cabeza hacia la ventana con un puchero en los labios.