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Capítulo ocho: La ducha

No había ni una pulgada de mi cuerpo que no estuviera cubierta de los restos pegajosos de los dos hombres que yacían en la cama, y me estremecí al sentir la sustancia crujiente en mi cabello mientras me miraba en el espejo. —Genial.

Como una nube oscura que se mueve para arruinar la noche perfecta ...