




4. Infeliz
SOPHIA CASTILLO
Gemí en silencio al despertarme. Sentí dolor en mi brazo izquierdo y supe que era porque había dormido sobre él. Puse mi pie en el suelo de baldosas y bostecé.
—Veo que estás despierta.
Me congelé al escuchar la voz de Adrian. Miré hacia la dirección de donde venía su voz y lo vi todo vestido con las manos en los bolsillos de sus pantalones.
—Buenos días... señor —lo saludé, evitando el contacto visual con él.
—¿Buenos días? ¿Qué tiene de bueno la mañana? ¿El hecho de que tengo que despertarme y ver tu cara todos los días o el hecho de que compartimos la misma habitación? ¿Cuál es, Sophia? —preguntó.
Hablaba con calma como siempre, pero eso me ponía nerviosa.
—¿Sabes qué hora es? —cuestionó y miré alrededor de la habitación para encontrar un reloj de pared o un despertador.
Comenzó a caminar hacia mí y mi pecho se agitó.
—Te diré la hora —levantó la mano para mirar su reloj de pulsera.
—Son las diez menos cuarto —dijo y yo jadeé.
No podía creer que había dormido tanto, pero supuse que era por el estrés que pasé ayer.
—Debes sentirte muy cómoda durmiendo en ese sofá, ¿no? —me reprendió y tragué el nudo que se formó en mi garganta.
Cada paso que Adrian daba hacia mí hacía que mi corazón latiera más rápido de lo normal. Estaba nerviosa.
No quería que se acercara a mí. Sentí mis ojos nublarse por las lágrimas que se formaron en ellos.
Mis ojos se encontraron con los de Adrian por unos segundos antes de que rápidamente mirara hacia otro lado por miedo.
—Ahí va de nuevo, llorando como siempre. ¿No te cansas? ¿Por qué sigues haciendo esto? Solo me da asco, por si no lo sabías. Solo me enfurece. Quiero decir, si no querías casarte conmigo, podrías haberlo dicho. Supongo que tu hermana tiene mejor conciencia que tú porque, quiero decir, eres tan buena en el juego —gruñó.
—Eso no es verdad —dije en un susurro.
—¿Qué dijiste? —me preguntó. Ahora estaba en cuclillas frente a mí.
—Eso no es verdad —repetí y él chasqueó la lengua.
—Entonces, ¿cuál es la verdad? Quiero decir, la empresa de tu padre estaba al borde de la bancarrota y para salvar su empresa, acudió a mi abuelo y, a cambio, mi abuelo se ofreció a ayudarlo si una de sus hijas se casaba conmigo. Ahora, lo que estoy diciendo es, ¿qué padre casaría a su hija sin una razón? Quiero decir, yo no haría eso para salvar mi empresa, es como vender a mi hija a cambio del crecimiento de mi empresa, y para que su hija esté de acuerdo, ella también tiene una parte que jugar —explicó.
Apreté los puños. No me había dado cuenta de que estaba llorando hasta que una lágrima tocó mi piel.
—No sabes nada —le dije.
—¿En serio? ¿No sé nada? Quiero decir, ¿por qué estás casada conmigo? ¿Cuántos años tienes otra vez? Quiero decir, si no tuvieras parte en todo esto, no te habrías casado a esta edad. Tu...
—¡No sabes nada! —exclamé con rabia, interrumpiéndolo antes de que pudiera decir más palabras.
Me di cuenta de lo que acababa de hacer, ya que mi pequeña acción lo había tomado por sorpresa. Corrí al baño, sin querer compartir el mismo espacio con él.
Empecé a llorar allí dentro.
Estaba cansada de aguantar, cansada de actuar fuerte cuando no lo soy. Estaba cansada de ser acusada. Desde el momento en que puso sus ojos en mí, todo lo que hizo fue acusarme y llamarme cosas que no soy.
Después de llorar a mares en el baño, volví a la habitación y vi que Adrian se había ido, lo que me hizo sentir aliviada ya que no sabía cómo enfrentarlo después de haberle levantado la voz.
Salí de la habitación y bajé las escaleras para buscar algo de comer. No conocía ningún lugar en la mansión, así que no sabía a dónde ir cuando bajé las escaleras, pero por suerte para mí, una criada pasó por allí.
—Buenos días, señora —me dijo y le sonreí.
—Buenos días —respondí amablemente.
—Por favor, ¿dónde está la cocina? —pregunté.
—Le mostraré dónde está la cocina, sígame, pero primero, ¿qué necesita? Podría conseguirlo para usted —sugirió.
—No se preocupe. Conseguiré lo que quiero yo misma, no tiene que preocuparse, y gracias —le dije.
Ella asintió con la cabeza. —Está bien, señora. Sígame, por favor —dijo y la seguí.
Justo cuando llegué a la entrada de la cocina, escuché susurros, pero lo que llamó mi atención fue mi nombre.
—¿Ese es su nombre? —dijo una de las criadas.
No podía ver sus caras ya que estaban de espaldas a mí.
—Sí. Sophia. Deberías haber visto cómo el señor Adrian mantenía la distancia entre ellos. No estaba nada contento —dijo otra criada.
—Lo peor es que, esta mañana, al pasar por su habitación, escuché voces. Me pregunto qué podría estar pasando —suspiró la criada.
—Solo siento pena por ella. Cuando pregunté si debía llamarla para el desayuno esta mañana, él dijo que no me molestara. No parecía importarle. Quiero decir, siempre ha sido frío con todos, pero al menos debería mostrar misericordia a la pobre chica —dijo la primera criada que habló.
La criada que me había dirigido a la cocina carraspeó, llamando su atención. Todas se giraron para mirarla y no me perdí la expresión de sorpresa en sus caras en el momento en que me vieron.
Rápidamente inclinaron la cabeza y me saludaron. —Buenos días, señora —dijeron al unísono.