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Capítulo 37: La hora de la confesión

Zek:

—Zek. —¿Por qué esa voz me resulta familiar?

—¡Zek! —Ahí está de nuevo.

La oscuridad sedosa golpeaba violentamente contra mi consciencia, gimiendo de dolor mientras las imágenes de ese ingrato mocoso Birgir y su pequeña zorra destellaban en la oscuridad, mientras nuestros planes se desvanecí...