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Que la suerte sea una dama

—Caleb—

El cuchillo se clavó en mi hombro. Grité de dolor, pero como Tyson había dicho, no vendría ayuda.

Y no vino ayuda.

—Eres un verdadero dolor de cabeza, ¿lo sabías? —gruñó Erickson, forcejeando debajo de mí mientras lo llevaba al suelo de cemento. El cuchillo se clavaba una y otra vez en mi...