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CAPÍTULO CIENTO TREINTA Y NUEVE

—Mírate, querida. Pareces el mismo Tánatos, el portador de la muerte —dijo mi madre adoptiva con una sonrisa radiante mientras bajaba los escalones del remolque que servía como mi habitación. El suyo estaba al lado y el resto del campamento, bueno, vivían en chozas, así que cada vez que bajaba estos...