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CAPÍTULO CIENTO TREINTA

No pude detener las lágrimas que brotaban de mis ojos, ni la inmensa culpa que me abrumaba mientras los sollozos sacudían mi cuerpo.

—Luna, ¿qué te pasa? —escuché de voces que no pude distinguir. Solo quería morir junto con mi hijo, el que nunca tuve la oportunidad de sentir su latido.

Nunca iba a...