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Entonces, hazme dueño

—¿Qué demonios estás…?

Girándome, me empujó contra la fría pared, sujetó mis manos por encima de mi cabeza y aplastó su boca contra la mía. Su cuerpo duro se presionó contra el mío, con su deseo ardiente quemando la piel de mi abdomen.

Un jadeo se escapó de mis labios, permitiéndole aprovechar la ...