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Cincuenta y nueve

—Traigan las armas —ordenó.

Asentí y le hice una señal a un guardia que trajo una mesa. La mesa fue colocada frente a Alaric y estaba cubierta. El anciano caminó audazmente hacia Alaric y lo abofeteó. Saqué mi espada de su vaina, pero Alaric me hizo una señal para que me detuviera.

—¡Qué vergüenza...