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Capítulo cincuenta y uno

—No me crucifiques, Katherina. Te dije que era una mentira necesaria.

—Dime cuán necesaria era. Explícalo. Lo prometiste.

—Terminemos de comer.

Después de eso, hubo silencio. El único sonido que se escuchaba era el de los tenedores o cuchillos golpeando los platos. Pronto, me sentí llena y no pude ...