




4
Elena
Enviarle el dinero a Pablo no hizo más que paralizarme. Me desperté a la mañana siguiente bajo una nube de depresión que no se levantó ni siquiera mientras me dirigÃa a la escuela.
ParecÃa que los cielos compartÃan una opinión similar porque el clima estaba gris y desolado. Mis hombros se encorvaron y mis labios se torcieron hacia abajo mientras me sentaba en el autobús, contemplando mi vida y dónde habÃa fallado.
¿Fue en el cambio de hace ocho años? ¿O fue con mi trabajo?
El trabajo pagaba bien como camarera, pero si no fuera por Pablo y sus interminables llamadas pidiendo dinero, estarÃa en una situación diferente ahora. Pero ese no era el caso.
Sin embargo, esta semana resultó ser un rayo de sol. Con el dinero extra que gané apostando y enviando a Pablo, ahorrarÃa el resto y usarÃa parte de él para comprar vÃveres para la semana siguiente.
Tan pronto como bajé del autobús, me golpearon gruesas gotas de lluvia. —Santa Virgen, ¿no puedes perdonarme?— murmuré para mà misma.
Ya estaba cansada y agotada de hablar con Pablo y trabajar como una mula durante el fin de semana, asà que intenté tomarme mi tiempo caminando y arriesgarme a empaparme hasta que recordé que mi portátil estaba en mi mochila y corrÃ.
La peor parte de la lluvia no era el hecho de que habÃa llegado en este momento incómodo; era que mi facultad estaba bastante lejos de la puerta principal de la universidad.
—Santa Virgen, ¿por qué a m�— pregunté, mirando al cielo. Como si realmente pudiera escucharme, la lluvia pronto redujo su intensidad a una llovizna suave, permitiéndome correr directamente a mis clases.
Mi portátil no estaba mojado. —Alabada sea la Virgen— susurré para mà misma. Si se hubiera mojado, estarÃa a pocos pasos de ser patéticamente desesperada.
Normalmente, mi situación era bastante desesperada, ya que siempre estaba casi sin dinero, gracias a Pablo. Añadir un portátil arruinado a la mezcla serÃa catastrófico.
Me alegré cuando descubrà que mi profesor aún no habÃa llegado. El hombre normalmente llegaba temprano a clase, la lluvia lo habÃa retenido en algún lugar.
Unos minutos después de que tomé asiento, el hombre entró en clase con el ceño fruncido mientras murmuraba entre dientes. Su enojo normalmente no afectaba a nadie, siempre y cuando pudiera escuchar adecuadamente en clase.
Era desesperante.
El profesor Giovanni habÃa estado divagando sobre una definición desde el comienzo de la clase.
Conociéndolo, el profesor Giovanni era el tipo de hombre que le gustaba monopolizar el tiempo de sus estudiantes. Esto, por supuesto, era malo para mÃ, considerando que mi turno en el restaurante comenzaba en un par de horas.
En algún momento, apenas podÃa entender las palabras que decÃa, pero una rápida mirada al reloj me dijo que mi turno se acercaba rápidamente.
Nerviosa, tamborileé mis dedos sobre la mesa, esperando que acelerara sus divagaciones académicas sobre por qué la filosofÃa era más una cosa romana que griega.
Miré alrededor de la clase, esperando encontrar al menos a algunas personas que estuvieran tan apuradas como yo. Las habÃa, y me alegró encontrarlas, pero no parecÃa que fuéramos capaces de detener la clase. La única esperanza que tenÃamos era aguantar su discurso.
Finalmente, el hombre nos dejó ir, apenas cinco minutos antes del comienzo de mi turno en el restaurante. Por supuesto, no habÃa manera de que llegara a tiempo, considerando que el restaurante estaba al otro lado de la ciudad. Aun asÃ, corrÃ.
Corrà como si mi vida dependiera de ello porque asà era. Aunque sabÃa que iba a llegar tarde, esperaba que Giuseppe no estuviera allà para gritarme improperios.
Después de treinta minutos, me colé en el restaurante, jadeando fuertemente. Mi respiración se atascaba en mi garganta y sentÃa que iba a desmayarme.
Por suerte para mÃ, Giuseppe no estaba. Me dirigà a la parte trasera del restaurante, que servÃa como vestuario, y rápidamente me cambié de ropa.
Me puse la camisa blanca, los pantalones negros y la pajarita ridÃcula que servÃan como uniforme del restaurante para los camareros, antes de atar el gran delantal negro sobre ella. SabÃa que me veÃa ridÃcula, pero a mendigos no se les puede dar a elegir.
Me peiné con los dedos mi cabello rizado y rojo e intenté domarlo en una cola de caballo antes de salir. Me dolÃa la cabeza y mi mano contenÃa pequeños mechones de mi cabello por peinarlo bruscamente, aunque estaba mojado. Pero necesitaba integrarme y comportarme como si perteneciera allÃ.
Tuve otro golpe de suerte cuando Giuseppe entró por la entrada de servicio en la parte trasera mientras llevaba mi tercer plato de una mesa.
Examinó mi apariencia con sus ojos marrones saltones antes de murmurar incoherencias entre dientes y empujarme a un lado. Agradecà haber esquivado una bala por ahora.
La paz en la cocina del restaurante no duró mucho, ya que todos podÃamos sentir la tensión como una energÃa crepitante a nuestros pies, subiendo lentamente a nuestras cabezas cada minuto.
Giuseppe estaba regañando a todo y a todos. Consciente de esto, me escondÃa a propósito cada vez que lo veÃa acercarse. Por supuesto, esto significaba que otra pobre alma serÃa el receptor de sus fuertes gruñidos.
Justo cuando intentaba evitar ser su objeto de acoso una vez más, me deslicé hacia el área del comedor y comencé a caminar hacia la zona exterior del restaurante donde vi algunas tazas vacÃas.
No queriendo ser encontrada ociosa, me acerqué a inspeccionarlas pero descubrà que estaban vacÃas, salvo una. Rápidamente agarré la taza y me di la vuelta. Mala sincronización. Una ola de mareo me golpeó y manchas oscuras llenaron mi visión mientras veÃa el suelo acercarse.
El suelo se detuvo cuando quedé suspendida en el aire. Un brazo grande se enroscó alrededor de mi cintura peligrosamente cerca de mis pechos.
—¿Estás bien?— escuché la voz familiar de Damon preguntar, su aliento cosquilleando mis oÃdos y enviando un escalofrÃo por mi columna. Mis ojos se cerraron mientras las vibraciones en su pecho amenazaban con hacerme dormir.
¡No! Tengo trabajo que hacer, pensé, colocando una mano en su pecho musculoso y empujando ligeramente. No se movió. Con el ceño fruncido, empujé de nuevo, pero eso solo lo hizo reÃr.
Su risa era como música para mis oÃdos, y me encontré queriendo escuchar más de ella, junto con otros sonidos entrañables que podrÃa producir.
—¿Estás bien?— preguntó de nuevo, acercando sus labios a mis oÃdos. Asentà con la cabeza, sin confiar en las palabras que saldrÃan de mi boca.
Mis palabras probablemente sonarÃan algo asà como: "¿Puedes hacer eso de nuevo? Tus brazos son tan cálidos. ¿Puedes sostenerme asà de nuevo? Tienes una risa tan encantadora." Sacudà la cabeza, desechando los pensamientos, lo que lo hizo fruncir el ceño.
—Entonces, no estás bien— concluyó, con una expresión preocupada.
¿Cuándo le di esa impresión?
Sacudà la cabeza de nuevo, incapaz de encontrar en mi corazón las palabras adecuadas. Debió pensar que habÃa algo mal conmigo, dado que seguÃa sacudiendo o asintiendo con la cabeza como un lagarto.
Tragando saliva, empujé su pecho con un poco más de fuerza, señalando que querÃa que me soltara, lo cual hizo.
Sintiendo de repente frÃo sin su calor, llevé mis brazos a mi pecho para protegerme de la pérdida de su cuerpo contra el mÃo. Este no era el momento para tener problemas de apego. Inmediatamente, me di la vuelta y corrà de regreso a la cocina sin decir gracias.
Respira mujer, respira.
Me tomé un par de momentos para recuperar el aliento, y justo cuando estaba a punto de volver al trabajo, me topé con mi gerente excesivamente entusiasta, Giuseppe. Me miró con enojo.
—¿Estás ciega?— me preguntó, asustando a otra camarera que llevaba un plato de pasta. Preocupada, la miré antes de volver a mirarlo a él, aliviada de ver que no habÃa dejado caer el plato.
—¿Es esto algo más importante?— preguntó mientras aumentaba su volumen. Sacudà la cabeza y mantuve mis ojos en el suelo.
Cambiando al italiano, lanzó una andanada de insultos hacia mÃ, desde lo ciega que era hasta lo fea que era con mis pecas y mi cabello rojo.
Me llamó tomate y zanahoria al mismo tiempo, de tal manera que me costaba entender si odiaba el rojo por completo. Levantó la voz de nuevo, y temà que los clientes afuera lo escucharan.
Justo cuando estaba a punto de protestar en silencio, la puerta de la cocina se abrió de golpe, revelando a Damon.
—Me estás dificultando comer en paz— dijo con una voz baja y calmada.
Eché un vistazo, esperando captar la expresión de Giuseppe, solo para encontrarlo con las mejillas sonrojadas y la boca abierta.
Después de un momento, murmuró una disculpa y me dijo que volviera al trabajo. Me di la vuelta y me escabullà más adentro de la cocina. Ahora le debo a Damon otro agradecimiento.
No me atrevà a volver al área principal del comedor hasta estar segura de que se habÃa ido. Una vez que lo estuve, pude moverme libremente. El trabajo no terminó hasta las 8:00 de esa noche, y solo porque fue un dÃa lento. Las calles no estaban desiertas, sino todo lo contrario, habÃa demasiada gente.
Encontrar un autobús resultarÃa difÃcil entre la multitud, asà que decidà caminar hasta encontrar un taxi.
Por supuesto, conseguir un taxi dejarÃa un agujero enorme en mi bolsillo, pero no tenÃa muchas opciones. Caminé un poco lejos de la estación de autobuses, en dirección general hacia mi apartamento, y no encontré nada. Todos los taxis que intenté detener estaban llenos, e incluso los vacÃos no se detenÃan para mÃ.
Bendita Virgen, ¿por qué a m�
Justo cuando estaba a punto de perder toda esperanza y caminar todo el camino a casa, escuché un coche detenerse a mi lado y una voz familiar.
—Sube— dijo Damon.