




3
Elena
Apenas podÃa creer mi suerte. Ganar la pelea me habÃa hecho ganar más de 3.000 €, lo que me alegraba de haber llevado mi gran bolso para guardar mis ganancias.
Edmond y Paul me bombardearon con preguntas sobre cómo sabÃa que el hombre tatuado ganarÃa. Solo les sonreà con complicidad y me llevé un dedo a los labios, indicando que guardaran silencio. —Cuando nos vayamos, os lo contaré —dije.
Como la pelea habÃa terminado, la arena pronto se vació. Sin embargo, yo seguÃa de pie sobre la mesa, esperando ver a Damon de nuevo. Quizás si hubiera conocido al luchador, habrÃa estado ansiosa por hablar con él en el restaurante.
Giré la cabeza de un lado a otro, revisando la parte trasera y estirando el cuello para ver al hombre alto. Lo vi detrás de la malla de hierro que cubrÃa la jaula circular. Estaba hablando con alguien y tenÃa la cabeza inclinada en concentración.
De repente, se movió lentamente y un brazo pálido se envolvió alrededor de su hombro.
Vaya.
—Vámonos también —les dije a los chicos, que parecÃan tan listos como yo. Sintiendo cansancio pero feliz, salté de la mesa tan pronto como la multitud se despejó.
Justo cuando estaba a punto de irme, escuché a alguien llamarme.
Miré hacia atrás y vi a Fred corriendo hacia mà desde atrás. —Alguien quiere verte —dijo. Confundida, decidà no volver a entrar en la arena vacÃa. Aunque tenÃa a mis amigos conmigo, simplemente no confiaba en el lugar.
Un hombre se acercó a mi lado, el mismo que habÃa estado gritando "hagan sus apuestas".
—¿Cómo lo hiciste? —me preguntó.
Me encogà de hombros. —Solo una corazonada —dije.
—¿Eso es todo? —preguntó incrédulo.
—DeberÃas tener cuidado. Hay mucha gente que arregla estas peleas. Una o dos victorias están bien, pero cuando sucede cada vez, empiezan a hacer preguntas —dijo en voz baja.
Asentà con los ojos muy abiertos. TenÃa razón sobre las peleas arregladas.
—Gracias. Intentaré ir más despacio —prometÃ.
Me giré y agarré el brazo de Paul, tirando de él. Edmond y Julian nos esperaban unos pasos más adelante, luciendo impacientes. Después de todo, les habÃa prometido contarles el secreto de mis apuestas.
—No lo sé. Solo lo vi. Pensé que parecÃa demasiado bien entrenado —dije.
—¿Sabes algo sobre el Puño de Hierro? —le pregunté.
Levantando las cejas, Julian preguntó: —¿Qué es?
—Es pesado. Cuando eres pesado, obviamente te mueves lentamente. Y luego están esos estúpidos guanteletes que lleva, pensando que son geniales.
—Esos son más pesados y ralentizan sus golpes —continué, tratando de explicar mi teorÃa.
—Quiero decir... —me interrumpió Paul—, pero los guanteletes han ayudado al Puño de Hierro a derrotar a muchos. El tipo es simplemente rápido.
—No se trata solo de su velocidad —dije—. Creo que está muy bien entrenado. ¿Viste sus muslos? —dije, sonrojándome al recordar lo gruesos y fuertes que se veÃan sus muslos—. ParecÃan como si pudiera saltar alto y dar patadas fácilmente. Siento que ni siquiera hemos arañado la superficie de lo que puede hacer.
—Tal vez si lo emparejaran con luchadores más locos, como Gatling Mick, o ese tipo loco que le gusta agarrar a la gente. ¿Cómo se llama? No lo recuerdo —dijo Julian.
Después de un minuto de silencio, Edmond finalmente habló. —Mitch. Se hace llamar Mitch. Suena como un nombre de cobarde para llamarse a sà mismo, pero sÃ.
Los cuatro caminamos hasta una parada de autobús donde podÃa encontrar transporte a mi apartamento. Lo compartÃa con otras dos chicas que rara vez estaban en casa, lo que me hacÃa bastante feliz con el arreglo. Todas eran estudiantes, lo que lo convertÃa en un departamento de estudiantes, pero me costaba un ojo de la cara mantener el lugar.
Desbloqueé la puerta con cuidado y entré en el oscuro apartamento. Con un clic del interruptor, observé lo sucio que estaba el apartamento. Recordé haberlo limpiado por la mañana, y estaba demasiado cansada para hacerlo de nuevo.
Aunque estaba emocionada, no me sentÃa lo suficientemente fuerte como para esforzarme más. Me froté la cara con agotamiento y me dirigà a mi habitación.
Una vez allÃ, me quité la ropa y me preparé un baño. Justo cuando el agua estaba llenándose, recibà una llamada telefónica. El número en la pantalla nunca estaba guardado, pero lo conocÃa muy bien.
—Hola, papá —dije. Pablo gruñó en respuesta. —Necesito pagar —dijo. Confundida, le pregunté.
—¿Pagar qué?
—¿Eso es lo que te enseñan en la universidad? ¿A cuestionar a las personas que te alimentaron toda tu vida? —Pablo siempre encontraba una excusa.
Siempre encontraba una manera de hacerme sentir mal, y sus llamadas siempre llegaban en momentos estratégicos cuando yo estaba feliz. De repente, una visión apareció en mi mente.
Era más joven, vestida con ropa húmeda y temblando ligeramente por el frÃo. Pablo estaba frente a mÃ, más joven entonces, pero aún desaliñado. El doctor me habÃa dicho que mi madre habÃa muerto.
—¿Me escuchaste? —escuché la voz de Pablo por el teléfono. —Lo siento. Por favor, ¿puedes repetir eso? —Pablo exhaló. —Necesito pagar. Los acreedores me están llamando —repitió. —Solo envÃa el dinero.
Escuchando esta excusa demasiadas veces, estaba cansada. HacÃa mucho que estaba agotada por los trucos de mi padrastro, hasta el punto en que encontraba mejor simplemente complacerlo, aunque al final era yo quien perdÃa.
—¿Cuánto? —pregunté.
—Dos mil —dijo. —Si lo haces tres, no te molestaré por un tiempo —añadió.
TenÃa exactamente 3.000 € de apostar por Damon.
—Lo siento, papá. No tengo hasta 3.000. Solo tengo unos dos, y puede que no esté completo, pero...
—¡EnvÃalo! ¡EnvÃalo ahora! —gritó Pablo por el teléfono, haciéndome estremecer. Sin embargo, no necesitaba mucha explicación de Pablo.
SabÃa que pedÃa dinero prestado para poder apostar todos los dÃas. También sabÃa que tenÃa una suerte terrible, y ahora tenÃa miedo porque parecÃa que iba a contagiarme su mala suerte.
Antes de que terminara la noche, Pablo me habÃa presionado con llamadas telefónicas tres veces más para que enviara el dinero.