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Isabella

Frederick me miró con ojos cautelosos y una expresión que parecía contener información. Su boca estaba apretada en una línea dura, y sus cejas fruncidas en concentración.

—¿La amas? —le pregunté de nuevo, y esta vez sacudió la cabeza con vehemencia.

—Entonces, ¿por qué la ayudaste?

—No ...