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Vi cómo sus hombros se desinflaron y se arrodilló frente a mí. Me quitó la esponja de los dedos apretados y en el momento en que perdí su consuelo, comencé a llorar.

Odio cómo lloro por cada cosa.

—Por favor, no llores —susurró.

—Dámela.

—No puedo, cariño, sabes que no puedo.

Un grito salió de ...