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Si muero, perezco.

Me senté en el suelo asombrada, mientras intentaba con todas mis fuerzas contener las lágrimas que amenazaban con caer de mis ojos.

Lo que más me confundía era cómo habían podido distinguirme entre toda la multitud de mujeres jóvenes.

—¿Estás sorda o qué? ¡Dijo que salieras! —soltó el segundo tipo...