




8
Suzanne se sentÃa muy cansada. Apenas habÃa podido dormir y, con el corazón pesado, se levantó de la cama para empezar su dÃa.
Cuando llegó a la empresa, saludó al guardia de seguridad y tomó el ascensor. Entró en la oficina y se sorprendió al ver a Nathan allà tan temprano.
—Buenos dÃas —dijo algo severa.
—Buenos dÃas, señorita Peyton. Es usted puntual —dijo él con una sonrisa, lo cual a ella le pareció extraño.
Ignorando su comentario, se sentó en silencio en su escritorio. Después de organizar sus cosas, salió a comprar su café.
Su jefe estuvo ausente todo el dÃa, y ella se alegró por ello; no tenÃa ganas de lidiar con sus palabras. El reloj marcó las doce, y salió casi corriendo, ya que estaba hambrienta.
Últimamente, no habÃa estado comiendo bien. El dÃa anterior, no habÃa comido nada, especialmente después de lo que habÃa sucedido, pero hoy tenÃa mucha hambre.
Al entrar en el restaurante, se sentó en una mesa apartada en el fondo y tomó el menú en sus manos para analizar las opciones.
—Un filete a la parrilla para la señorita —escuchó decir a un camarero, colocando un plato en la mesa junto con una copa de vino y una ensalada.
Frunció el ceño y lo miró.
—Disculpe, pero yo no pedà esto.
—El caballero de allá lo envió —dijo él, alejándose.
Miró hacia adelante y vio a su jefe caminando hacia ella. Nathan llegó a su mesa y se sentó en una silla frente a ella sin esperar una invitación.
—Veo que ha decidido almorzar, señorita Peyton. Me tomé la libertad de elegir por usted —dijo, sonriendo.
«Pero qué hombre tan bipolar», pensó.
—No deberÃa haberse tomado tales libertades —dijo, frunciendo el ceño.
—Considérelo una disculpa —dijo algo incómodo.
Se habÃa sentido un poco mal por la forma en que la habÃa tratado el dÃa anterior, asà que querÃa compensarlo.
—¿Suele hacer esto con todos sus empleados?
—No, no todos son tan hermosos como usted —dijo, mirándola fijamente.
En otra ocasión, no habrÃa aceptado la comida, pero estaba hambrienta y pronto tendrÃa que volver al trabajo.
Empezó a comer, y de hecho, Nathan no se habÃa equivocado; la comida era exquisita. Él observaba cada uno de sus movimientos con atención, lo que la ponÃa nerviosa.
—Tienes unos labios hermosos. Solo puedo imaginar lo que podrÃas hacer con esa boca tan encantadora —dijo en un tono seductor.
Ella se atragantó al escuchar sus palabras, lo que hizo que Nathan soltara una amplia sonrisa.
—Señorita, ¿qué habrá pensado para sonrojarse tanto?
SentÃa que podrÃa explotar de vergüenza en cualquier momento. Lo escuchó soltar una risa, y el sonido era tan hermoso que tuvo que levantar la vista, asombrada.
Se encontró mirando la sonrisa más hermosa que habÃa visto jamás. No sabÃa si habÃan pasado minutos u horas; solo sabÃa que no podÃa apartar la vista de esos labios.
—¿Te gustó la comida? —preguntó él, complacido por sus miradas.
—SÃ, deberÃa volver al trabajo ahora —dijo, agarrando su bolso para levantarse.
—No es necesario que vuelvas; vete a casa.
Escuchar esas palabras la aterrorizó.
—¿Pero por qué me está despidiendo? He hecho todas mis tareas —dijo, asustada.
Él sonrió encantadoramente.
—¿Quién dijo que te estoy despidiendo?
—¿No lo está?
—No. Te estoy pidiendo que vayas a casa y descanses. Esta noche tengo una cena con unos clientes importantes, y te necesito allÃ. Mi chofer te llevará y te recogerá.
—Lo agradezco, pero prefiero tomar un taxi —dijo ella, y él frunció el ceño, pero finalmente accedió.
La acompañó hasta el taxi, y cuando ella se giró para despedirse, él no pudo evitar acercarse y tomar su rostro entre sus manos para robarle un beso jugoso.
Suzanne se quedó atónita al principio, pero luego reaccionó y rápidamente se apartó de Nathan, dándole una sonora bofetada sin siquiera pensarlo.
—¡Idiota! —espetó, sintiendo sus mejillas arder.
—Suzanne...
—Sé lo que buscas, señor Strong —se limpió rápidamente la boca—. Ya te dije que no...
—No acepto un no por respuesta —dijo Nathan seriamente, y ella sintió un escalofrÃo recorrer su espalda—. Voy a hacer que aceptes mi propuesta, no me rendiré, Suzanne.
«Qué cabeza tan dura», pensó, irritada por su audacia.
—Nos vemos luego, jefe —enfatizó la última palabra y lo miró seriamente.
Nathan tuvo que reprimir una sonrisa; las manos de su asistente temblaban, asà que sabÃa que no era tan inmune a él como querÃa aparentar.
Horas después, llegaron al restaurante. Nathan la sostenÃa por la cintura, y ella no protestó, sabiendo que si no la estuviera sosteniendo, se habrÃa caÃdo con esos tacones tan altos.
—Espero que te comportes adecuadamente esta noche —dijo, mirándola de reojo.
—Lo haré.
—No quiero errores.
—No los tendrás.
—Eso espero.
—Ya te dije que no habrá errores —empezó a irritarse.
—No estoy tan seguro de eso —admitió, suspirando.
Ella lo miró enojada, tratando de contener su ira, pero su voz aún sonaba despectiva.
—Entonces, ¿por qué me trajiste?
—Porque eres mi empleada y te necesito aquÃ.
Suspiró, levantando la barbilla. Ya habÃa decidido que buscarÃa otro trabajo, y en cuanto encontrara uno, le dirÃa a su estúpido jefe que se fuera al diablo.
Se hicieron las presentaciones, y Suzanne notó que entre el grupo de hombres habÃa un joven de unos veinte años que no habÃa dejado de mirarla desde que llegó.
Nathan comenzó a hablar de negocios con esos hombres mientras ella escuchaba muy atentamente. De vez en cuando, lo miraba; era un empresario inteligente y astuto.
—Bueno, caballeros, tenemos un trato —dijo el señor George, un hombre de cabello canoso con un elegante traje azul marino.
—Sabe, es sorprendente cómo un joven como usted ha logrado crear todo un imperio y mantenerse en la cima del mercado —dijo Joseph, el padre del joven llamado John—. Mi hijo está aquà para eso, para aprender el negocio.
—Todo se trata del momento de la inversión —murmuró Nathan.
Era un hombre brillante, y todos lo sabÃan. HabÃa logrado expandir la empresa que habÃa caÃdo en sus manos cuando su padre murió, liderando el mercado a la joven edad de veinticinco años.
—Dime algo, Nathan. ¿Es esta hermosa dama tu novia? —inquirió Joseph.
—Asà es —afirmó, y Suzanne se removió incómodamente en su silla.
«¿Por qué diablos dijo eso?» pensó enojada.