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¿Cómo podrÃa explicarlo? ¿AceptarÃa su padre una idea tan loca como casarse por conveniencia? ¿Qué deberÃa decirle?
Recordaba perfectamente aquel dÃa en que decidió no apresurarse a dar su respuesta, incluso si eso resultaba en su despido inmediato.
Flashback:
Al recibir el sobre, lo abrió ligeramente y se sorprendió al ver el enorme montón de billetes que sobresalÃan por encima de todo lo demás, asà que rápidamente lo cerró y lo arrojó al asiento trasero de su coche.
Solo se permitió respirar cuando salió del estacionamiento y comenzó a conducir mientras repasaba en su mente lo que habÃa sucedido. ¿En qué estaba pensando cuando dijo que sÃ?
Él la estaba comprando, le habÃa dado una enorme cantidad de dinero solo para que fuera su esposa falsa, y Suzanne se habÃa asustado completamente al entender los términos de su acuerdo.
«Soy como un objeto para él, maldita sea», pensó con disgusto.
Cuando entró a la oficina al dÃa siguiente, no habÃa nadie allÃ. Confundida, dejó los papeles en el escritorio y escuchó los pasos de Nathan.
Su caracterÃstica forma de caminar era lenta, elegante y firme.
Debatió si tragar o no el sorbo de café que tenÃa en la boca. Él caminó a su alrededor, luego se paró frente a ella y se apoyó en su escritorio, justo como el dÃa anterior.
—Traga, Suzanne. No es agradable verte con la boca llena —dijo.
Ella tragó de un solo golpe, mirándolo de arriba abajo.
«Maldita sea, ese traje azul marino le queda increÃble», pensó, sintiéndose sonrojada.
—¿Y? —su jefe le quitó el café de las manos—. Espero que hayas leÃdo el contrato.
—¿Qué?
«Maldita sea, lo olvidé», pensó, sintiéndose avergonzada.
—Pareces distraÃda, Suzanne, eso no es propio de ti —los ojos de Nathan brillaron—. Ayer envié a uno de mis guardaespaldas a entregarte un documento. Hermosa, ¿no lo has leÃdo?
Ella permaneció en silencio.
—Supongo que no —dijo algo molesto—. Todo está en tus manos, Suzanne. ¿S� ¿No? Respóndeme —le sostuvo la barbilla, acercándola a él.
Por su mirada, entendió que él exigÃa una respuesta en ese mismo momento.
—Ayer decidiste que serÃa tu esposa, Strong. Pensé que eso estaba claro —respondió, reforzando su carácter, aunque dudaba en su mente.
—Quiero oÃrlo de tus labios, belleza.
«Estoy entrando en la guarida del león. Un poco psicópata, en realidad», pensó, con el corazón acelerado.
—Mi copia para firmar está en mi escritorio —Nathan se dio la vuelta, mostrándole un documento—. No firmaremos nada aún, esperaré a que leas tu copia.
Suzanne se sintió tonta.
—Ahora dime, ¿cuánto tiempo debo darte para que entiendas y para que tu extraordinaria mente se dé cuenta de que te someterás a mà en todos los aspectos? —dijo su jefe seductoramente.
«Maldita sea», pensó, tragando saliva.
Él acarició su mejilla, y el corazón de Suzanne se aceleró. ¿Cómo podÃa un simple toque evocar tantas emociones a la vez?
—¿Tengo que besarte para que entres en razón? —propuso con una elegante risa.
La acercó más, sus respiraciones se mezclaron. Comenzó a acariciar sus mejillas, decidiendo dónde besarla.
—Señor Strong...
—Siento que te estás tardando demasiado, Suzanne. ¿Estás jugando a ser difÃcil? —apretó su agarre en su cintura para mantenerla bajo control.
Por una fracción de segundo, pensó que no querÃa liberarse de su control, que anhelaba ser dominada por él.
Eso la asustó.
—Señor Strong... estamos en su oficina.
—¡Oh, vamos! —exclamó sarcásticamente—. ¿Crees que eso me detendrá de dejarte caminando como Bambi? Porque créeme, eso es lo que más deseo en este momento.
En ese momento, la mente de Suzanne explotó. Él la soltó abruptamente, dejándola desorientada y frÃa. De repente, la empujó suavemente.
«Irracional», pensó, desconcertada.
No le gustaba sentirse asÃ; no podÃa perder el control, y con este hombre, sentÃa que podrÃa perderse para siempre, mientras que para él, solo era un juego.
Asà que ese mismo dÃa, antes de irse a casa, le habÃa dicho que necesitaba más tiempo porque el contrato no era "conveniente", dejando a Nathan Strong furioso y desconcertado.
—¿Qué estás diciendo? Suzanne... —su rostro estaba rojo de ira.
—Le pido que me deje pensar en esto, señor Strong —volvió a la formalidad, colocando un abismo entre ellos—. Le informaré prontamente de mi decisión.
Y se fue, dejando a su jefe paralizado y apretando los puños de frustración.
Él ya se habÃa dado cuenta de que esta chica no habÃa sucumbido a sus encantos como las demás, pero tal vez el dinero podrÃa despertar su interés en él.
Eso habÃa sido humillante para él, ya que nunca antes habÃa tenido que ofrecer dinero a una mujer para llevarla a la cama. Eran ellas las que le insinuaban y lo perseguÃan como abejas al miel.
Nathan habÃa notado sus ojos color miel y su abundante cabello rizado castaño, poseyendo una belleza natural sin necesidad de maquillaje. Además, sus amplias caderas lo tentaban a poner en práctica sus fantasÃas más perversas.
Fin del flashback.
Suzanne estaba algo nerviosa, preocupada de que su padre notara la tensión entre ella y su jefe.
—No es nada, papá —trató de excusarse, forzando una sonrisa—. Es solo que no esperaba encontrarlo en este lugar, y además, aprovecharme de su amabilidad.
—Pero querida, es tu jefe —su padre hizo una mueca de incomodidad.
«Podrá ser el rey de Roma, pero ese tipo me trató como si fuera cualquiera. Es un imbécil arrogante», pensó con molestia.
—Mi jefe está muy ocupado, seguramente no tiene tiempo para llevar a su secretaria y a su padre a ningún lado —dijo con una sonrisa, restando importancia a la situación—. Vamos a casa, haré algunas compras y luego prepararé la cena.
Su padre frunció el ceño, pero no dijo nada más.
Suzanne seguÃa en estado de shock y disgusto; su jefe era un cÃnico descarado cada vez que la veÃa, con esos ojos lascivos que parecÃan querer desnudarla con solo una mirada.
Se decÃa a sà misma que, por muy guapo y sexy que fuera, también era un idiota y un engreÃdo.
—No estoy en venta, imbécil —le habÃa espetado esa vez, liberándose de su agarre.
El hombre era un completo idiota con ella, entonces, ¿por qué se habÃa comportado tan educadamente frente a su padre?