




10
Nathan estaba de muy mal humor.
A pesar de lo que habÃa sucedido la noche anterior, Suzanne se habÃa negado a dejar que la besara y, además, le habÃa dicho que no aceptarÃa el trato.
Eso lo tenÃa fuera de sÃ.
—Señorita Peyton, ¿ha terminado la tarea que le asigné? —gruñó, y ella solo puso los ojos en blanco.
—TodavÃa no, pero...
La interrumpió.
—¿Y qué está esperando para hacerlo? Está aquà para trabajar, no para perder el tiempo.
—Créame, no estoy perdiendo el tiempo —dijo con calma—, y si no he terminado su tarea, es porque no he podido ponerme en contacto con el señor Smirnov.
—Siga llamándolo hasta que conteste.
—SÃ, señor —marcó de nuevo, pero nadie contestó.
Suzanne estaba harta de él, aunque cada vez más preocupada por la salud de su padre.
Nathan se dirigió furioso a su oficina y comenzó a maldecir, tirando algunas cosas. No podÃa soportar su comportamiento infantil.
—DeberÃa calmarse un poco, probablemente es porque no ha tomado su café —dijo seriamente.
Eso fue un grave error.
Él levantó la vista y la miró de una manera que ella no pudo descifrar.
—¿Ha logrado hablar con Smirnov?
—No, señor.
—Suzanne, estoy perdiendo la paciencia, y siento que solo tú puedes calmarme —el tono ronco de su voz la alarmó.
—¿Q-qué quiere decir? —dijo nerviosa, una actitud que no pasó desapercibida para él.
—Ve y tráeme un café caliente —ordenó seriamente, entregándole un billete—. Cuando regreses, te mostraré algunas cosas que seguramente me ayudarán a calmarme.
Suzanne tragó saliva y no dijo nada, pero caminó más rápido de lo habitual hacia la salida.
Compró el maldito café, despotricando en el camino sobre tener al jefe más irritante del planeta... uno que era sexy y temperamental.
—Es absurdo que él y yo lleguemos a un acuerdo, es simplemente imposible —murmuró amargamente.
Esa molestia e incertidumbre le dieron la respuesta que buscaba, pensando que tal vez podrÃa solicitar un préstamo a un banco o alguna institución benéfica para el tratamiento.
«No seré derrotada, soy más fuerte que esto», pensó con determinación.
Cuando llegó a la oficina, él estaba de espaldas a ella, mirando por la ventana. La vista era simplemente increÃble, al igual que la sonrisa astuta en su rostro que hizo que Suzanne se sintiera incómoda.
—A-aquà está su café, señor Strong —dijo nerviosa, tragando saliva al verlo empezar a aflojarse la corbata—. ¿Qué está haciendo?
—Ya te lo dije —sonrió cÃnicamente—. Quiero que me ayudes a relajarme, empecemos con un masaje.
—¡Estás loco!
—SÃ, pero loco por tenerte en mi cama, Suzanne... —comenzó a acercarse a ella de manera amenazante, agarrándola del brazo—. Sabes, lo único que realmente me calma es un buen revolcón. Entonces, ¿quieres que me calme?
—Estás loco —dijo mientras intentaba liberarse de su agarre, pero le era imposible—. Yo... yo...
El mero toque de su mano la quemaba. ¿Por qué tenÃa que reaccionar de esa maldita manera?
—Ves, no puedes decirme que no —murmuró mientras deslizaba una mano hacia sus nalgas.
La besó, y aunque ella intentó resistirse, suspiró y entreabrió los labios por un segundo, lo cual él aprovechó para explorar su boca con la lengua.
Ella siguió su beso, sintiendo que algo dentro de ella comenzaba a cambiar. Él era fuerte y cálido, y su cuerpo se fue relajando gradualmente mientras se dejaba llevar por la extraña sensación que recorrÃa su ser.
Inconscientemente, se apoyó en él, y al sentir su pecho tonificado, se estremeció de placer.
El beso se volvió salvaje, un gemido escapó de lo más profundo de ella, pero rápidamente se apartó de él, asustada por las intensas sensaciones que la abrumaban.
Él la miró con una expresión confusa.
—¿Qué pasa? —susurró.
Deseaba llevarla a su cama, desnudarla y mostrarle cómo se sentÃa ser una mujer en sus brazos, además de todas las cosas maravillosas y perversas que podÃan hacer juntos.
—Esto no deberÃa haber pasado —susurró sin aliento.
A pesar de lo avergonzada que se sentÃa, lo miró a los ojos, y su expresión seria le hizo darse cuenta de que el beso no lo habÃa afectado a él como a ella.
—Dos millones de dólares y serás mÃa por 365 dÃas —dijo, serio.
La verdad era que ya estaba loco por llevarla a la cama más de una vez; ese beso habÃa despertado una bestia en él, una bestia que solo ella podÃa domar.
«¿Por qué ella?», se preguntaba. «¿Por qué esta chica cuando tenÃa a tantas mujeres a mi disposición?»
Pero no, era obvio que estaba encaprichado con ella y la querÃa en su cama por mucho tiempo.
—Ya te dije que no estoy en venta, y ahora me voy, es hora de mi salida —dijo frÃamente, para ocultar sus verdaderas emociones.
—La oferta sigue en pie, señorita Peyton —respondió con calma.
—Sigue soñando, señor Strong —dijo antes de irse y dirigirse al ascensor.
SentÃa sus piernas temblar, su corazón latir frenéticamente, y aún no podÃa ordenar sus pensamientos.
¿Qué era lo que ese hombre provocaba en ella? ¿Por qué se sentÃa tan condenadamente bien cuando la besaba asÃ?
Sacudió la cabeza de un lado a otro, tratando de aclarar sus pensamientos, pero sin éxito. TenÃa miedo de descubrirlo.
Nathan Strong sonrió satisfecho, notando cómo ella se habÃa derretido en sus brazos. SabÃa que solo era cuestión de tiempo antes de que cayera; habÃa sentido la intensidad con la que ella devolvió el beso.
Estaba seguro de que Suzanne terminarÃa en su cama pronto. Después de todo, ¿qué mujer podÃa resistirse al dinero? Para él, las mujeres eran criaturas superficiales, al menos las que habÃa conocido lo eran. ¿Por qué ella serÃa diferente?
Mujeres como ella solo se preocupaban por la apariencia, el dinero, los lujos, el fÃsico. Tal vez ella estaba jugando a hacerse la difÃcil para sacar más ventaja de la situación, pero aunque parecÃa tan ingenua e inocente, él se decÃa a sà mismo que no lo era.
—Es solo una buena actuación de su parte.
—Tal vez deberÃa aumentar la cantidad; sé que lo necesita y no podrá resistirse esta vez.
Suzanne salió apresurada de la empresa, sintiéndose aliviada de haber rechazado a su obstinado y cÃnico jefe.
En lo alto de su edificio, Nathan la observaba con satisfacción.
—Muy pronto, nena. Muy pronto —susurró para sà mismo.