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Ray Maya

El espejo no mentía. Ese era el problema.

Me quedé allí, inmóvil, con las palmas apoyadas en el frío lavabo de porcelana, mirando el reflejo de un hombre que apenas reconocía.

Una sombra de barba oscura cubría mi mandíbula, más descuidada de lo que normalmente permitía, y mis ojos —normalmente agu...