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—¡Mackenzie! —grité contra la mordaza en mi boca, pateando y tratando de liberarme, aunque sabía que era inútil. Estaba atada a una vieja silla de madera, con una camiseta vieja o algo metido en mi boca. La cuerda se clavaba en mi piel, quemándome y cortándome, pero seguía luchando de todos modos.

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