




Capítulo 2
Mientras Ava navegaba por los abarrotados pasillos de Lincoln High, sentía el peso de su soledad presionándola por todos lados. Mantuvo la mirada fija en el suelo, un mantra silencioso de invisibilidad, su único escudo contra las tormentas del día. Sin embargo, esa frágil barrera se rompió al doblar la esquina hacia su casillero.
—Miren quién decidió honrarnos con su presencia —se burló una voz cargada de malicia, una voz demasiado familiar para Ava. No necesitaba mirar para saber que Rachel estaba frente a ella, flanqueada por su habitual séquito de acosadores afines.
Con su cabello rubio perfectamente peinado y una mueca que parecía permanentemente grabada en su rostro, Rachel era el epítome de todos los clichés de la secundaria sobre los matones. Sin embargo, para Ava, era una amenaza genuina, un recordatorio diario de la dureza de su mundo.
—¿Te perdiste, Ava? ¿O simplemente olvidaste cómo vestirte esta mañana? —se burló Rachel, mirando con desdén la ropa desgastada de Ava, lo que le hizo un nudo en el estómago.
Ava intentó esquivar al grupo, murmurando —Con permiso—, su voz apenas un susurro contra el estruendo de la crueldad de Rachel.
—¿Con permiso? Oh, cariño, nadie aquí va a excusar el desastre ambulante que eres —replicó Rachel, poniéndose en el camino de Ava, sus ojos brillando con el placer de la caza.
Antes de que Ava pudiera reaccionar, la mano de Rachel se disparó, la fuerza de su palma contra la mejilla de Ava fue asombrosa. El impacto hizo que Ava cayera, sus libros se dispersaron como hojas en una tormenta. La risa que siguió fue un cuchillo frío y retorcido, una risa que resonó en los casilleros y se hundió profundamente en el alma de Ava.
Tirada allí, en medio del caos de sus pertenencias esparcidas y el agudo dolor del moretón formándose en su rostro, el corazón de Ava latía con una mezcla de miedo, vergüenza y una ira latente por su propia impotencia. No levantó la vista ni le dio a Rachel la satisfacción de ver las lágrimas que amenazaban con desbordarse. En cambio, comenzó a recoger sus libros en silencio, cada uno de sus movimientos observado y burlado por Rachel y su pandilla.
Volver a casa no ofreció consuelo. En lugar de expresar preocupación o ofrecer consuelo, su familia encontró diversión en su apariencia desaliñada. La mesa de la cena se convirtió en una arena, sus moretones y ropa manchada de tierra eran objeto de burla. La risa aguda y burlona resonó en sus oídos mucho después de que la comida había terminado, un recordatorio de su incesante aislamiento.
Al día siguiente, el camino de Ava a la escuela fue un borrón. Su mente estaba ocupada temiendo lo que le esperaba. Perdida en sus pensamientos, chocó con un extraño.
Este extraño era una anomalía, una figura tan marcadamente diferente de cualquier persona que había encontrado que al principio parecía casi irreal. En el momento en que sus caminos se cruzaron, no pudo evitar captar cada detalle como si sus sentidos se agudizaran por su mera presencia.
Ava contuvo el aliento al darse cuenta de la magnitud de su torpeza, chocando con un completo desconocido y perturbando la burbuja que usualmente lograba mantener intacta a su alrededor.
Levantó la vista, su disculpa ya formándose, tropezando con las palabras mientras se apresuraban a salir: —Lo siento mucho. No estaba mirando por dónde iba. Yo... por favor, perdóname.
Dominic, sorprendido no por la colisión sino por el encuentro inesperado con una belleza tan cruda y desprotegida, se encontró momentáneamente sin palabras. Las palabras que pretendía decir se quedaron atrapadas entre su sorpresa y el repentino e inexplicable impulso de proteger a esta frágil criatura que tenía delante.
—No, está bien. ¿Estás bien? —logró decir finalmente, aunque su voz se desvaneció. Sus ojos seguían fijos en los de ella, maravillándose de la profundidad de emoción que contenían, la pura resistencia que brillaba a pesar de la evidente angustia.
Ava, no acostumbrada a una atención tan directa y amable, sintió un rubor subir por su cuello, pintando sus mejillas con tonos de vergüenza. Agachó la cabeza, su cabello cayendo como una cortina para protegerla de la intensidad de su mirada.
—Sí, estoy bien. De verdad, debería haber tenido más cuidado. Lo siento —balbuceó, las palabras saliendo atropelladamente. Sus ojos se movían nerviosamente, buscando una escapatoria.
Antes de que Dominic pudiera componer sus pensamientos para decir algo que pudiera aliviar el evidente pánico en sus ojos, Ava ya había recogido sus pertenencias esparcidas.
—Tengo que irme, voy a llegar tarde. Lo siento de nuevo —murmuró, apenas audible, mientras se apresuraba a irse, dejando a Dominic allí, su mente llena de preguntas sobre la misteriosa chica que había irrumpido en su vida de manera tan inesperada.
Dominic se dio cuenta de que ni siquiera había conseguido su nombre mientras ella desaparecía entre la multitud. Sin embargo, había dejado una marca indeleble en él. Su vulnerabilidad y belleza se grabaron en su memoria, obligándolo a encontrarla de nuevo.
Mientras Ava se alejaba apresuradamente de la presencia extraña pero inexplicablemente reconfortante del hombre con el que acababa de encontrarse, su mente era un torbellino de emociones y preguntas. ¿Quién era él? La forma en que la miraba, con una mezcla de preocupación y algo que no podía identificar, le aceleraba el corazón de una manera a la que no estaba acostumbrada. Era tan diferente: su apariencia impactante, su aura envolviéndola en una calma que no había sentido en... bueno, nunca. Sin embargo, bajo esa calma, había un sentido palpable de peligro, una corriente subterránea que susurraba secretos y poder.
Era innegablemente atractivo, con un atractivo que era tanto intimidante como cautivador. La forma en que sus ojos parecían atravesarla, viéndola genuinamente, era inquietante pero extrañamente reconfortante. Ava no podía recordar la última vez que alguien la había mirado de esa manera, si es que alguna vez lo habían hecho. Era como si, en ese breve momento, ella importara.
Pero su atractivo y la inesperada gentileza en sus ojos no eran las únicas cosas que dejaban a Ava desconcertada. Algo en él gritaba peligro, no hacia ella, sino emanando de él como una advertencia silenciosa al mundo. ¿Quién podría ser? ¿Y por qué tuvo que encontrarse con él entre todas las personas en la escuela?
La parte racional de su mente le decía que solo fue un encuentro casual, algo que se desvanecería de su memoria tan rápido como había sucedido. Pero otra parte de ella, una parte que no estaba del todo lista para reconocer, esperaba volver a verlo. Esa misma parte también temía lo que significaría si sus caminos se cruzaran de nuevo.
¿Lo volveré a ver? se preguntó, su corazón una extraña mezcla de esperanza y aprensión. En los bulliciosos pasillos de Lincoln High, en medio del caos de su propia vida, la idea parecía tan improbable como fascinante. Sin embargo, mientras avanzaba por el resto de su día, la imagen de su intensa mirada y su voz permanecían en su mente, un recordatorio inquietante del breve encuentro que había agitado inesperadamente su mundo.
Cuando la última campana del día resonó por los pasillos, Ava recogió sus cosas con un sentido de presentimiento. La anticipación de libertad que llenaba a la mayoría de los estudiantes fue reemplazada por un nudo de temor en su estómago. Sabía, con una certeza desalentadora, que Rachel y su séquito la estarían esperando, su ritual diario de tormento lejos de haber terminado.
Mientras se dirigía hacia la salida de la escuela, sus pasos eran lentos y vacilantes. Consideró tomar una ruta más larga y menos frecuentada para evitarlos, pero en el fondo, sabía que solo retrasaría lo inevitable. Y allí estaban, justo fuera de las puertas dobles: Rachel, apoyada contra la pared con una sonrisa que auguraba problemas, y Brad, su novio, de pie a su lado, su presencia grande y amenazante.
—Miren quién finalmente decidió aparecer —llamó Rachel, su voz goteando con falsa dulzura. El corazón de Ava se hundió. Intentó pasar junto a ellos, pero Brad dio un paso adelante, bloqueando su camino.
—¿A dónde crees que vas, eh? —La voz de Brad era baja, amenazante. Los ojos de Ava se movieron nerviosamente, buscando una escapatoria, pero era demasiado tarde. Con un movimiento rápido, la mano de Brad se disparó, empujándola con tal fuerza que tropezó hacia atrás, cayendo al suelo con fuerza. El impacto envió una sacudida de dolor a través de ella, la tierra manchando su ropa y las lágrimas brotando de sus ojos.
—Déjenme en paz —susurró Ava, su voz apenas audible mientras intentaba levantarse.
—¿Qué dijiste? No te escuché —se burló Brad, inclinándose para mofarse aún más de ella. La risa de Rachel llenó el aire, una banda sonora cruel para la humillación de Ava.
Pero entonces, algo cambió. El aire pareció cambiar, y la risa murió en la garganta de Rachel. Ava levantó la vista, su visión borrosa por las lágrimas, para ver una figura caminando hacia ellos con determinación. Era él, el hombre de esta mañana, Dominic.
Dominic agarró a Brad por el cuello sin decir una palabra, apartándolo de Ava con una facilidad que hablaba de una fuerza contenida. Brad tropezó hacia atrás, la sorpresa y el miedo destellando en su rostro al registrar la amenaza.
La intensa mirada de Dominic se desplazó hacia Ava, sus ojos se encontraron en un momento que pareció extenderse en la eternidad. Ella vio una tormenta de emociones en sus ojos: ira, preocupación, pero sobre todo, una promesa de protección. El mundo a su alrededor pareció desvanecerse, dejando nada más que su comunicación silenciosa, una promesa hecha sin palabras.
El momento se cortó abruptamente, la tensión en el aire palpable, dejando lo que sucedería a continuación en el aire...