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Cincuenta y tres.

Colt tenía que admitirlo, se sentía genial. Sus músculos habían sido masajeados, golpeados y relajados hasta que no era más que un montón de masa tirada en la mesa del masajista. El viejo dicho era cierto, al menos en este momento; a veces las madres definitivamente saben lo que es mejor, y el disfr...