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Capítulo cincuenta y nueve

—¡Nuestro rey es sin duda un hombre bondadoso! —jadeó Anastasia, luego se agachó, sus ojos rojos como la sangre clavándose en mí—. Trajo el almuerzo —dijo con un siseo bajo y sádico. Antes de que pudiera lanzarse hacia mí, Cristóbal puso su mano en su hombro, negando con la cabeza.

—No, mi amor. El...