




Parte 7
/Su punto de vista/
A la temprana edad de ocho años, me deslicé por el pasillo, evitando los crujidos del suelo. Crecer en la casa de la manada me permitió conocer cada rincón como la palma de mi mano. La puerta estaba entreabierta, asà que me apoyé contra la pared más cercana a la habitación, escuchando la conversación durante unos minutos.
Solo se oÃa la voz de mi padre y la de un hombre desconocido conversando en voz baja, lo cual no me sorprendió. Después de todo, se suponÃa que era una reunión de negocios. Mi padre me habÃa pedido que me quedara en mi habitación hasta que terminaran la reunión.
Hice todo lo posible por ser discreto, asomándome por la esquina, buscando con la mirada el rostro familiar de mi padre. El otro hombre estaba sentado a la mesa de espaldas a la puerta, solo podÃa ver sus hombros y la parte trasera de su cabeza. Observé el color marrón de su corte de pelo corto y la anchura de sus hombros, que lo hacÃan parecer más imponente de lo que era.
—¡Debemos decÃrselo, Alexander!
Alguien llamó a mi padre, la voz subiendo varias octavas. ¿Por qué le estaba gritando a mi padre, el Alfa de la Manada? Fruncà el ceño.
—¡No! —Mi padre se cubrió la cara, sus hombros temblando ligeramente. ¿Estaba llorando? Me pregunté mientras permanecÃa en el mismo lugar—. Él ya no me amará.
Con la prisa por escuchar más de su conversación, accidentalmente pateé algo. Ambos se quedaron quietos y gritaron: —¿Quién está ah�
Me tapé la boca con la mano. En un abrir y cerrar de ojos, me di la vuelta y corrà de regreso a mi habitación.
Borrosa. Mi visión se nubló mientras lentamente volvÃa en sÃ, con los párpados pesados solo podÃa abrirlos a una rendija de luz. Cada centÃmetro de mi cuerpo dolÃa, incapaz de moverme. El aire estaba frÃo contra mi piel, erizándome los vellos del brazo.
Era otra ocurrencia diaria. Esos sueños de mi infancia me atormentaban cada noche. ¿Por qué seguÃa teniéndolos? Un sonido frustrado escapó de mis labios.
Antes, solÃa tener sueños asÃ, pero nunca habÃa tenido un sueño en el que estuviera paralizado. El puro pánico que instilaba hacÃa que mi corazón latiera con un patrón, bombeando el ritmo del miedo por mis venas. Mi cabeza se sentÃa demasiado pesada para levantarla, un ligero dolor palpitante me obligaba a quedarme rÃgido.
Cerré los ojos con fuerza e intenté volver a dormir.
La próxima vez que desperté, fue al sonido de los pájaros cantando. Una débil sonrisa se dibujó en mis labios, agradecido de finalmente haber salido de mi pesadilla. Parpadeé abriendo los ojos al sol, el alivio lentamente se hundÃa en mÃ, mientras la calidez se filtraba por las ventanas de mi habitación.
Mirando alrededor, pensé brevemente en cómo podrÃa haberme quedado dormido más tiempo del que pretendÃa. Intenté sentarme, mi cuerpo protestando dolorosamente con cada movimiento. Finalmente erguido, me froté los ojos, las pupilas doliendo con la luz brillante que me rodeaba.
Es hora de cumplir con mis deberes de la manada, pensé y me puse de pie.
—Buenos dÃas, Alfa Aiden.
—Buenos dÃas, Alfa.
Asentà mientras caminaba entre los puestos, dirigiéndome directamente a la casa de la manada. Por el rabillo del ojo, noté que Anika se acercaba a mÃ. Una mueca se formó en mi rostro al verla.
—¡Alfa Aiden! —ronroneó ella.
Mis ojos recorrieron su cuerpo. Llevaba un vestido ajustado que terminaba a mitad del muslo, atrayendo la atención de la multitud. La única razón por la que no la estaban mirando con lujuria era mi presencia frente a la beta.
—¿Qué haces aquÃ? —prácticamente gruñÃ, mi voz frÃa.
Su expresión era inescrutable, incluso mientras se lamÃa los labios con astucia, probablemente pensando en su respuesta. Y más le valÃa dar una buena, porque estaba a dos segundos de explotar.
—Para verte, por supuesto —se acercó más a mÃ, esas uñas largas apartando mechones sueltos de su cara.
Su discurso era lento, como siempre, pero más seductor. SeguÃa parpadeando sus pestañas hacia mÃ, como si eso fuera a hacer que dejara todo por ella. Cerré los puños, mirando a la beta con la que solÃa acostarme, y no pude evitarlo. Una risa amarga escapó de mis labios, mostrando lo ridÃcula que encontraba su respuesta.
—No deberÃas estar aquà —le grité, odiando lo vulnerable que sonaba mi voz. Los miembros de la manada nos observaban discretamente, bajo el pretexto de trabajar, susurrando entre ellos. Mi rostro se enrojeció ante ese tipo de atención dirigida hacia mÃ.
Todo este tiempo, he estado esforzándome por mantener mis secretos ocultos, asuntos con betas en secreto para ganar su aprecio. Pero Anika arruinó todo en un minuto.
—Quiero estar contigo, Alfa —susurró en voz baja, lamiéndose los labios.
—Pero yo ya terminé contigo —fue todo lo que dije antes de salir de allà sin mirar atrás.
No podÃa soportarlo más, el suspense. Mi gente no dejaba de preguntarme, y los antiguos romances seguÃan lanzándose sobre mà hasta que encontrara una Luna decente. Además, estaba cansado de conocer chicas nuevas cada dÃa, de seguir sus historias y formas de impresionarme.
Llamando a mi beta, me relajé en la silla más cercana, cruzando las piernas. Después de una cuidadosa consideración, tomé una decisión sobre mi futura Luna.
—¿SÃ, Alfa? —levantó una ceja; sus manos cruzadas detrás de su espalda.
—Creo que he decidido.
—¿Decidido qué, mi señor?
—Sobre mi Luna —tragué el nudo en mi garganta.
Era consciente de que tenÃa que comprometerme con la Luna y gobernar sobre la manada. Solo una de ellas hasta ahora se destacó entre el número de betas que conocÃ.
Su rostro se iluminó, un brillo diferente en ellos al encontrarse con mis ojos. —¡Oh, eso es genial, Alfa! Estoy seguro de que la manada estará encantada de conocer esta noticia.
Murmuré suavemente. Es cierto. Han estado esperando mucho tiempo por la noticia. Principalmente porque mi padre se estaba debilitando y envejeciendo para tomar decisiones. Lo que me recordó que tengo que decirle sobre mi elección. —SÃ, pero primero llama a la beta que elegÃ.
—¿Quién es?
—Cara Williams.