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El salón de baile era demasiado ruidoso. Demasiado brillante. Demasiado vivo.

Las arañas doradas sobre ellos brillaban con mil pequeñas llamas, iluminando vestidos de seda, esmoquin y copas tintineantes. El aire estaba cargado de perfume, risas y música de violín, pero todo se desvanecía en ruido b...