Ethan observaba el asedio desde abajo, con el corazón latiendo con fuerza. De repente, vio a Sophia liderando a sus tropas hacia él. Su estómago se hundió. —¡Sophia! ¿Qué haces aquí? Las órdenes del Mariscal eran claras: ¡debías quedarte en la retaguardia!
Los ojos de Sophia brillaban con determinación. —Te lo dije, Ethan, estoy aquí para ayudarte a ganar méritos —su voz era firme—. Este asedio es muy importante. No podemos dejar que Ava y los demás se lleven toda la gloria. Además —añadió con una sonrisa astuta—, imagina lo impresionante que sonará cuando menciones mi nombre al Departamento de Defensa y a Su Majestad. 'Sophia, la valiente guerrera, luchando a mi lado en la primera línea.'
Ethan se pasó una mano por el cabello, frustrado. —No funciona así, Sophia. ¡No puedes simplemente ignorar órdenes directas!
Sophia se encogió de hombros, sin mostrar preocupación. —No importa, mientras ganes el mérito. El castigo serían unos cuantos latigazos, una molestia menor. Xavier no se atrevería a castigarme de verdad; la Emperatriz Viuda me tiene en alta estima. Soy la primera general femenina y un símbolo de esperanza para las mujeres de todo el imperio.
Además, la idea de Ethan y Ava planificando juntos, pasando sus días planeando y enfrentando peligros, llenaba a Sophia de una ardiente inquietud. Tenía que demostrar su valía, mostrarle a Ethan que merecía estar a su lado. Si podía ayudarlo a alcanzar la gloria en el campo de batalla, seguramente su corazón sería suyo.
Ava, por muy hábil que fuera, no podía ofrecerle eso a Ethan.
Ethan, aunque furioso, sabía que no debía discutir con Sophia en medio de la batalla. Apretó los dientes y ordenó a sus tropas de la Armadura Negra que integraran las fuerzas de Sophia.
Pero Sophia, nunca sutil, ordenó a sus soldados unirse al Ejército de la Armadura Negra y cargó hacia adelante.
Ethan observó horrorizado cómo Sophia instaba a sus tropas a subir por las escaleras de asedio. La agarró del brazo, su voz tensa de ira. —¿Te has vuelto loca? ¡Tenemos un plan, una estrategia! ¡Esta carga imprudente solo llevará a bajas innecesarias!
Sophia se soltó el brazo, con los ojos llameantes. —¡No me importa! ¡El crédito no puede ir todo a Ava!
Levantó su espada, su voz resonando en el campo de batalla. —¡Robert! ¡Toma la vanguardia! ¡Conmigo!
Robert, siempre leal, dio órdenes, y mil soldados avanzaron, subiendo por las escaleras como hormigas en una colina volcada.
Louis, al ver el caos, quedó atónito. Su asalto cuidadosamente planeado se estaba desmoronando. Agarró a Robert, con urgencia en su voz. —¡Saca a tus hombres de esas escaleras! Nuestro ataque está coordinado. No eras parte del plan, ¡y lo arruinarás todo!
Robert lo ignoró, gritando, —¡Arriba! ¡Todos, arriba por las escaleras!
La situación se salió de control. Louis se volvió hacia Ethan, furioso. —¿Qué demonios está pasando? ¡Ponlos en orden!
La voz de Sophia cortó el ruido, fría y aguda. —Louis, los asedios son peligrosos. Mis soldados conocen los riesgos y están listos para sacrificarse para recuperar la Frontera Sur. Retirarlos ahora aplastaría su moral.
Louis estalló, —¿Acaso sabes algo de estrategia militar? —Empujó a Sophia a un lado, gritando—. ¡Todo el personal que no sea de la Armadura Negra, desenganchen! ¡Es una orden!
Nadie escuchó. Los soldados seguían subiendo, las escaleras crujían bajo su peso. Las tropas de la Armadura Negra, atrapadas en la multitud, eran arrastradas hacia abajo. Los que llegaban a la cima eran abatidos por las lanzas enemigas, sus gritos resonando en el campo de batalla.
Ethan y Louis observaban en silencio horrorizado mientras se desarrollaba la carnicería. Sus gritos se ahogaban en los alaridos de los moribundos y el choque del acero.
Por encima de todo, la voz de Sophia instaba a sus tropas a avanzar. —¡Carguen! ¡Luchen valientemente! ¡La gloria y las recompensas esperan a quienes se prueben a sí mismos!
Sus palabras, prometiendo riqueza y reconocimiento, impulsaban a los soldados hacia adelante, pero por cada paso que daban, otro caía, su sangre manchando el suelo.
Ethan, con el corazón latiendo con fuerza, no pudo soportarlo más. Se giró y abofeteó a Sophia, el sonido resonando con fuerza. —¿Estás loca? ¡Los estás matando!
Sophia retrocedió tambaleándose, con la mano en la mejilla, los ojos abiertos de incredulidad. Las lágrimas comenzaron a brotar. —Estaba tratando de ayudarte —dijo con voz entrecortada, herida e indignada—. ¡Sabían los riesgos, estaban listos para morir por el imperio! ¡Sus familias serán compensadas, honradas! ¿Qué hice mal?