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El desayuno fue incómodo como el infierno, ya que Milo no dejaba de mirar a Luciana y ella se sonrojaba tanto que pensé que el rojo en sus mejillas podría quedarse allí para siempre. Finalmente, tuvo suficiente de él y lo miró directamente a los ojos.

—¿Qué, Milo? —sonreí mientras me recostaba en m...