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Capítulo ochenta y cinco

AMELIA

Me removí y abrí los ojos. No pude reprimir un gemido. No había forma de escapar del aplastante peso de la tristeza que sentía ahora que estaba despierta. Algún tiempo después de haber llorado hasta quedarme sin lágrimas, debí haberme quedado dormida. El reloj marcaba las 8 de la noche y me ...