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Capítulo treinta y cuatro

DAMIAN

Anton estaba boquiabierto mirando a Lora. Amelia, a su vez, nos miraba a Lora y a mí con incredulidad, a punto de formular una pregunta. Aproveché el silencio para agarrar el brazo de Lora.

—Ahora vete, Lora —le dije en voz baja—. Tengo compañía. ¿Me oyes? Vete.

Lora se soltó de mi agarre ...