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Negociación persistente

Mi teléfono vibró en la mesita de noche, despertándome.

Abrí los ojos cansados, luché por coger el teléfono y contesté.

—Cariño —la voz de Roman llegó desde el otro lado de la línea—. Escuché que tuviste una fiebre alta ayer. ¿Cómo estás ahora?

Dios mío, esta persona era extraña. ¿A veces su lobo...