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CAPÍTULO TREINTA

—Alabado sea el cielo, decidiste salir de tu habitación —murmuró Zoey cuando me senté en la barra, y yo la miré con fingida molestia mientras hacía un puchero.

—Actúas como si nunca saliera de mi habitación.

Ella resopló, negando con la cabeza.

—No puedes contar pasar horas en la biblioteca como ...