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CAPÍTULO CIENTO CUARENTA Y CUATRO

—Amore —sentí que alguien me sacudía para despertarme, y me aparté. Gemí, hundiendo más la cabeza en la almohada—. Vamos, cariño, tienes que levantarte. —Era Sin; sus dedos trazaban mi rostro.

—No —me quejé—. Quiero dormir un poco más. —Escuché su risa ronca.

—Lo sé, cariño, pero ya son las 12 p.m...