Read with BonusRead with Bonus

CAPÍTULO CIENTO TREINTA Y OCHO

Estaba débil; apenas podía mover una mano o siquiera parpadear. Estaba atado a una silla, igual que antes, con sangre seca pegada en mi rostro. Mi cabeza se sentía pesada y mis oídos zumbaban. Lentamente comencé a recuperar la conciencia y finalmente abrí los ojos.

Estaba en una habitación diferent...