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CAPÍTULO CIENTO TREINTA

Cuando recobré el conocimiento, mi cabeza estaba cubierta por una bolsa negra y mis manos atadas firmemente delante de mí. Parecía estar sentada en la parte trasera de un coche, y sentía dos presencias a cada lado.

—¡Déjenme ir! —grité, dejando que el pánico se apoderara de mí. Les escupí todos los...