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CAPÍTULO CIENTO VEINTINUEVE

Mi mente seguía divagando, pensando en quién podría ser responsable de algo así, y solo un nombre venía a mi mente. Luna.

Ella era la única en la que podía pensar; sabía lo desesperada que estaba. Su obsesión con el pecado era algo que cualquiera podía ver. No parecía alguien que se rendiría tan fác...