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Capítulo trescientos treinta y cinco

—¡Anastacia!

Ella cae de mi espalda y aterriza en el duro concreto de una carretera secundaria. Me detengo en seco, con el corazón latiendo a mil mientras escaneo el paisaje en busca de alguna señal de los sabuesos.

No los veo. Nada más que árboles y casas viejas y desgastadas por el clima. El peq...