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Setenta y uno

—¿Qué pasa, no hay un abrazo de hermana? —me provoca mientras trato de soportar el dolor. Tosiendo y escupiendo, mi sangre salpica el suelo. Me aferro al brazalete de mi muñeca antes de lanzarlo al fuego con las últimas fuerzas que me quedan antes de colapsar. La miro, una sonrisa diabólica en su r...