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Cuarenta y dos

La otra mano de Tobias se movió hacia mi pecho, apretándolo con fuerza. Sentía sus dedos clavándose dolorosamente en mi piel, disfrutaba del dolor, una distracción del ardor en mi piel. Sus dedos no aflojaban mientras se deslizaban dentro y fuera de mí. Las manos frías de Theo recorrían mi piel, cal...