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159. «Tú también lo sientes, ¿no?»

Abraham sostiene mi cuerpo como si fuera lo más fácil del mundo, manteniendo mis piernas abiertas como una invitación silenciosa. Al otro lado de la habitación, los espejos reflejan la imagen indecente de mi lugar más íntimo, expuesto a los ojos azules que, a pesar de ser claros, ya no tienen rastro...