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CAPÍTULO 125

—¿Qué demonios?

—¿Por qué estás aquí? —repito, rechinando los dientes, sin siquiera tomarme un momento para señalar que cambié mi número de celular por su culpa.

—Eres mi hija, Emma —se encoge de hombros, como si eso fuera toda la excusa que necesita. Mi ira, que hierve bajo mi piel, sube cien grado...